En algunas almas huele a incienso.
Algunas espaldas aguantan el peso, el paso, el arrepentimiento, el cansancio.
La muchedumbre hace fotos, cruza por delante. A veces habla a gritos, no respeta el silencio reinante.
Los balcones, espectadores silentes, secundan en este escenario a los penitentes.
El cielo llora y se consuela, lo propio de Abril.
Las luces de la calle acompañan el titilar de los cirios en las manos y el temblor de los pies desnudos sobre las losas del tiempo.
Se arrastra la pena. Con el roce del suelo suenan las cadenas.
Los ojos se asoman a almendras en la tela. Suena a lana de las túnicas, al roce de la botonadura al ceñirse al ojal, a cíngulo de siete nudos, a raso de capa y capirote, a emblema cofrade bordado, a esclavina y crucifijos, a anagrama en el pecho, a yo pecador, a terciopelo y escapulario, a eslabón y travesaño. Cruje la madera como crujen los pecados.
Con el paso del tiempo todo cambia: las caras visitantes, sus ropas, su lenguaje. Las prisas de beberlo todo y llevarlo por delante.
También cambian los rostros, las imágenes, su indumentaria, el aroma de las flores que todo lo enmarcan, el tipo de luces, las túnicas, los semblantes.
Una música de fondo anuncia un encuentro. Cornetas y tambores caminan despacio. Se busca el rincón desde el que presenciarlo.
Proliferan los saludos, la compañía, los abrazos.
En algún lugar de mi memoria, los niños procesionan con adultos. Van de uno en uno pidiendo gotas derretidas de las velas, y van formando con ellas una creciente bola de cera.
En Andalucía, además, huele a azahar, a jazmín y a hierbabuena. A romero extendido en el suelo que al unísono paso todo su aroma despliega. Cada trono una mixtura, unas notas de color en la nariz perfuman el alma y la hacen más bella.
En Castilla huele a sobriedad y silencio.
Con muchas miradas transcurre la Semana Santa. Cada cual tiene la suya: de fe y profunda religión, de vocabulario específico, de consumo y turismo, de descanso, de ritual y tradición, de renovación, de arte sacro, de paseo diario?
Todas las miradas son válidas si se riegan con la lluvia del respeto, todas son iguales bajo el firmamento.