El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República Española tras unas elecciones municipales. Hoy Esquerra Republicana, Podemos, incluso sectores del PSOE reclaman su legado y una nueva República. Y, por supuesto, una memoria histórica sesgada con amordazamiento de cualquier tesis contraria a sus postulados, cada vez más radicales.
La destrucción del patrimonio artístico malagueño en 1931 y la quema de conventos, no sólo en Madrid, eran la tarjeta de visita del radicalismo anticatólico manifestado en la II República. Tras las elecciones de febrero de 1936, se desató de nuevo el furor contra los sectores católicos en toda España. En el País Leonés fueron incendiadas la iglesia parroquial de San Juan Bautista de Ruitelán, en la provincia de León; la iglesia parroquial del Salvador de Béjar; la capilla del Cristo de los Milagros en Salamanca (que se quedó en conato); se produjo el robo sacrílego y violento del Santísimo en la iglesia parroquial de Robleda; se expulsaron los párrocos de Sanchotello; en Zamora, dada la situación de inquietud, las cofradías acordaron suprimir ese año las procesiones de Semana Santa. Entre el 1 de abril y el 20 de junio las agresiones aumentaron: en la diócesis de Astorga, tres iglesias fueron incendiadas y totalmente destruidas; dos, incendiadas y parcialmente deterioradas; catorce, robadas y profanadas con destrucción de imágenes, ornamentos y objetos de culto; en Ciudad Rodrigo fueron encarcelados algunos sacerdotes, durante varios días, sin instrucción de proceso; en Bodón, el cura tuvo que abandonar la parroquia por coacciones y amenazas; en Béjar, la ermita de Santa Ana sufrió un incendio, sólo quedaron los muros; en Zamora, una imagen de la Virgen fue sustraída de su ermita, y en Tolilla se forzó la puerta de la ermita y se escribió en las paredes contra el Papa y los sacerdotes.
La gravedad de los hechos en España obligó a la nunciatura a elevar una protesta ante el gobierno republicano destacando la situación en algunas diócesis, entre ellas la de Astorga, en muchos pueblos de ella se hacía imposible toda vida religiosa y el ejercicio del culto. Las libertades y derechos fundamentales se estaban evaporando. La República no era tan idílica como a veces la describen.
¿Qué dicen hoy los programas sobre el respeto a los derechos fundamentales, sobre la salvaguarda del derecho a no ser molestado por las opiniones, cultos o ideas que cada cual sostenga y defienda? Basta contemplar el panorama sectario de algunos partidos y el ambiente en ciertas regiones (singularmente en Cataluña o el País Vasco) para poner en duda que estemos protegidos frente a los extremismos. Es más, el radicalismo va contagiándose a todo el espectro político. La publicidad electoral del PSOE, en rojo y negro, no deja de ser inquietante. El rostro en blanco y negro de Sánchez es casi tétrico. Las actitudes de sus candidatos en los debates y mítines, con un tonillo repetitivo y una desfachatez sin límites, desencadena una honda preocupación, lo mismo que su utilización de las instituciones y del Consejo de Ministros. Se nota en su cartelería la presión de Unidas podemos, en sus discursos la de Junts y Esquerra Republicana, en sus tics, la del extremismo de Bildu. ¿Es este el PSOE de Felipe González o el del Lenin español, de Largo Caballero? Desconocer la Historia condena a sufrir su repetición. Ojalá que la radicalización de la II República no se repita, ni por la izquierda ni por la derecha.
Miguel Ángel Diego Núñez, autor del libro "Regionalismo y regionalistas leoneses del siglo XX (una antología)"