Una esperanza que no es una utopía más, tal vez mejor construida y más resistente, ni una reacción desesperada frente a las crisis e incertidumbres del momento, sino que se arraiga en Jesucristo, crucificado por los hombres, pero resucitado por Dios. J.
Ni siquiera la pena y la tristeza de la noche que ardió Notre Dame, nos apartan de la esperanza, entre sus muros se ha rezado mucho y también se ha esperado y se sigue esperando contra toda esperanza. El camino abierto de Jesús no terminó en la muerte, en el hondón del sepulcro y de la cruz, retorna al Padre y se hace presente en medio de la historia, en cada corazón humano. Jesús no fue entregado a la aniquilación a través de la muerte. Nuestra fe que nos remite a su presencia junto a Dios, su exaltación, su resurrección y su vida se deriva de forma automática de nuestra comunión con el Padre (G. Lüdemann). Dios habla en el sinsentido más profundo de la muerte. La resurrección vino a mostrar que Jesús tenía razón, que Dios estaba de su parte.
El hombre siempre al cuidado de sí mismo, es un ser inacabado. Se pregunta por su totalidad, por ese "plus" que no es, ya que la muerte le desplaza de su ser en el mundo, en ella sólo habla el dolor y el sinsentido. Cada día experimentamos pequeñas muertes, sobre todo en el deterioro y la muerte de nuestros seres queridos, estar en parte muerto con ellos es la forma de no perderlos. Desde la fe en el resucitado, el creyente proclama no su propia esperanza en la vida, sino los anhelos más profundos de la humanidad ante un hecho misterioso e inefable.
En la muerte de Jesús, Dios no renuncia a su omnipotencia, tampoco a su misericordia. Dios se deja afectar por el sufrimiento sin estar sometido a él, forma parte de la omnipotencia, o mejor como nos apunta W. Kasper o el filósofo Kierkegaard, es la omnipotencia del amor o de la misericordia. Dios ha renunciado a la omnipotencia en favor de la autonomía del hombre y de la libertad del mundo. Allí donde el hombre sufre, Dios sufre con él. Es el hombre quien tiene la responsabilidad de decidir si se deja dominar por el mal o preserva en él la chispa divina que transforma su corazón y le inclinan a la misericordia y al amor.
La fe da sentido a esa realidad misteriosa que nos supera y nos sobrepasa. El amor misericordioso de Dios se va desvelando en el acontecer histórico, así como en la vida de cada persona, siempre como un destello silencioso donde aproximarnos, pero sin poder tocar del todo el final. Lo inefable y misterioso no es lo que no comprendemos, sino lo que nunca llegaremos a comprender del todo, para ello necesitamos tiempo para caminar en esa realidad que nos supera. Si el dolor es parte de la muerte, también lo es la esperanza.
La realidad de la resurrección conlleva una esperanza original, no se trata solo de la superación de la muerte, sino de el atrevimiento de afirmar una nueva creación, que acontece como primicia en Jesús de Nazaret: "Cristo resucitó de entre los muertos como el primero de los que murieron. En Cristo todos resucitarán". (1 Cor 15, 20-21). Es el triunfo de los que creen sin ver, de los que aman lo invisible, de los que esperan contra toda esperanza. La esperanza cristiana hunde sus raíces en la fe, y justamente por esto es capaz de ir más allá de toda esperanza.
La resurrección va más allá de la historia, forma parte de la metahistoria, siempre será una realidad de fe, pero una realidad profundamente creíble. Sucede en el misterio de Dios, va más allá de los sentidos, de la historia o de la ciencia, es una verdad de fe basada en el testimonio de sus amigos, testigos del resucitado. Aquellos que lo abandonaron en los momentos críticos de la cruz, que ni siquiera llegaron a comprenderle, incluso aspiraban al poder y la gloria, dan testimonio de una nueva realidad. No se puede precisar el tiempo, pudieron ser tres días, o incluso más, el misterio necesita tiempo para ser desvelado, pero cambiaron profundamente. Testimoniaron que vive en otro modo de existir y se hace reconocer en las entrañas del hombre y del mundo, superando las barreras terrestres y la existencia histórica.
El creyente intenta integrar en ese movimiento de vida y resurrección, su nueva condición, animado por el Espíritu del resucitado. Aclarando en primer lugar el sentido de nuestra pasión, dando sentido a la oscuridad de la muerte y abriendo la esperanza hacia una nueva realidad de un mundo sin lágrimas ni dolor. Como Jesús, esperamos desplegar toda nuestra existencia realizada, penetrando en lo ilimitado de la vida, del espacio, del tiempo, de la fuerza y de la luz, alcanzando la vida esencial. Una esperanza que debemos de irradiar a nuestro alrededor, ya que vivimos en un momento de una fuerte crisis de esperanza.
Las guerras mundiales, las crisis económicas, el hambre de gran parte del mundo, la crisis ecológica del planeta nos está llevando al desmoronamiento de las grandes utopías, al fin de la historia. Una sociedad que se está quedando sin horizonte, sin metas, sin orientación que de sentido a los grandes anhelos del ser humano. La consecuencia es la sociedad del cansancio y del nihilismo, cansados y hastiados de todo, indiferentes, pasivos y frustrados. No vivimos en una sociedad sólida, sino en una constante incertidumbre y relativismo, en una sociedad sin esperanza.
El cristiano ha puesto toda su confianza en el resucitado y espera contra toda esperanza, una vida plena para él y para toda la humanidad. La muerte, la guerra, el hambre, los genocidios, el terrorismo, el verdugo no constituye el horizonte último de la historia. El resucitado genera una esperanza última que se convierte en justicia, Dios que ha sido crucificado, está de parte de los crucificados, de los que no cuentan, de los que viven en la cuneta de la existencia.
Vivir a la manera de Jesús es dar vida, esperanza y alegría. Es luchar, movidos por el Espíritu, por un mundo más justo y humano, por la paz y la solidaridad, por los que menos tienen y más lo necesitan. Esperanza es hacer justicia con pueblos enteros heridos y crucificados, para ello se debe poner al servicio de la justicia esperanzada todas las capacidades humanas, religiosas, científicas, tecnológicas, etc. El resucitado nos pone ante la imagen del Dios de la esperanza, un Dios que está al comienzo y al final, un Dios que es el futuro último del hombre y del mundo.