OPINIóN
Actualizado 16/04/2019
José Alfredo Pérez Alencar

Icthus XII, de Miguel Elías

Atravesamos tiempos de palabras huecas, erosionadas por una repetición que corrompe sus significados y las torna cuasi estériles. Pareciera que tal destrucción importa a pocos, a los no envilecidos, a los que se alejan del entretenimiento o las patochadas propias de gentes resentidas o manifiestamente inseguras.

Así pensaba el pasado sábado, conmovido por la generosa entrega de poetas y escribas, mientras leían sus versos y textos durante el X Encuentro de Escritores Cristianos, celebrado en el Aula Magna de la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca. Al final del acto les expresé mi genuina gratitud: siempre hay que ser agradecido y nunca-nunca ser ingrato, como esos diez leprosos que curó Jesús y que no volvieron donde Él estaba, salvo uno. Ese leproso samaritano me es ejemplo constante a la hora de demostrar mi gratitud, alejado del orgullo, más presente que el que se reconoce en el mundo cristiano, donde debería primar el sentimiento y el deber de gratitud.

Y como estábamos en un acto literario y espiritual a la vez, estuve recordando otros pasajes bíblicos donde la gratitud evidencia el grado de Amor que hemos logrado en esa relación con el Amado galileo. Como cuando el apóstol Pablo instaba a los Tesalonicenses a «dar gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús». O también el recordatorio de ese deber que hace a los Colosenses: « Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo. Y sean agradecidos».

Por ello la gratitud debería estar siempre presente allí donde esté un auténtico seguidor de Cristo. Ser agradecido no empequeñece a la persona que, con loable sentimiento, corresponde a quien supo hacer algo por él o por quienes pidió para un sano beneficio. He ahí la comunión legítima que debe prosperar para cimentar la grandeza del espíritu. De esta forma no caeremos nunca en la ingratitud, una manifestación expresa de cierta ruindad moral. Procuro no cuestionar al envidioso, pero sí me lacera en grado sumo el ingrato, aquel que habiendo recibido afectos o apoyos solicitados, luego se torna desdeñoso o hasta manifiesta una abierta enemistad. Por si alguien estima que exagero, baste con recordar lo escrito por Séneca: "Nuestros más capitales enemigos lo son no sólo después de haber recibido beneficios, sino precisamente por haberlos recibido".

Por ello agradecí a los poetas, al pintor Miguel Elías por su nuevo 'Icthus', al vicerrector Enrique Cabero, por las hermosas palabras de clausura, a Pilar Fernández Labrador, al decano Vicente González, a Cristina Klimowitz, a Belén Rosell?

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