OPINIóN
Actualizado 14/04/2019
Carlos Javier Salgado Fuentes

La noche envuelve las calles de Salamanca, y entre el silencio sepulcral de una silenciada masa de gente, el sonido de una campana de mano se abre paso desde la Vera Cruz, anunciando el camino que va a emprender el Cristo de los Doctrinos por las estrechas rúas del casco antiguo salmantino. Es Lunes Santo, día de la procesión del silencio.

Entretanto, un turista despistado, que el año pasado visitó Málaga en estas sacrosantas fechas, agita de un lado a otro su cabeza, buscando dónde se esconde la mujer que va a cantar una saeta. Pero no la encuentra, en estas fechas Salamanca es diferente de Andalucía. En estas tierras del Reino de León la Semana Santa es austera, recogida, apegada al luto por un Cristo crucificado injustamente. Más cercana al dolor de la Virgen de la Amargura, sufridora de la desdicha de ver arrebatado a su hijo.

De esta manera, con la sobriedad del silencio de la procesión, apenas rota por el sonido de los pasos de quienes participan en la misma, y algunos toques de campana y de carraca, las imágenes vuelven a encontrarse un año después con la calle Compañía, que debe su nombre a la Compañía de Jesús, un nombre cargado de sentido en los momentos en que el Cristo de los Doctrinos recorre la misma en busca de la Clerecía.

Y es que no hay momento durante el año en que goce dicha imagen de Jesús, del siglo XVII, de tanta compañía como en la noche del Lunes Santo. Es la cita anual en que los salmantinos le rinden su principal homenaje, esa noche en que la Catedral le abre sus puertas, para coronarlo como rey del Lunes Santo salmantino junto a su dolorida madre.

Tras su paso por la Sede, al cerrarse la Puerta del Obispo de la Catedral a las espaldas de los pasos, se iniciará un recorrido temporal de un año hasta que ambas imágenes vuelvan a reencontrarse con el epicentro de la Diócesis de Salamanca. Pero la capital salmantina no se resistirá tan fácil a despedirlos, y el Viernes Santo le ofrecerá su Plaza Mayor, el corazón de la urbe, como lugar de paso y de merecido homenaje en la procesión del Santo Entierro.

Entretanto, serán numerosas las gotas de las velas de los cofrades que caerán derretidas al suelo salmantino, besando el mismo bajo un manto de silencio que contrasta con el bullicio de las noches de una ciudad universitaria, acostumbrada el resto del año a la celebración permanente de la mocedad de sus estudiantes.

Pero ahora es Semana Santa, un tiempo en que las cada vez más olvidadas tradiciones religiosas marcan las horas y el pulso de las localidades de la provincia. Salamanca, Béjar, Ciudad Rodrigo, Vitigudino, Ledesma, Peñaranda? se ven envueltas en una semana de pasión, de luto cristiano, que dará paso a la alegría del Domingo de Resurrección, en que la Semana Santa tocará a su fin con la buena nueva de la vuelta a la vida del hijo de Dios, en un ambiente de celebración y regocijo.

Desgraciadamente, para nuestra provincia, la alegría del resucitado vendrá acompañada de la marcha de muchos hijos de esta tierra nuestra, que regresaron a nuestro seno por estos días festivos, y que tras el fin de la Semana Santa tendrán que volver a sus lugares de trabajo. Entonces, el luto y el silencio pasará de envolver las calles de la capital salmantina durante una semana, a hacerlo en nuestros pueblos hasta el verano.

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