Una vez más le llaman celebrar algo a morirse todos, esconderse debajo de las piedras, dejar la ciudad desierta. Paralizarlo todo, que no se oiga ni siquiera una hormiga. Confunden la celebración con la muerte. Le llaman santo a lo muerto.
A mí me gusta Jesús de Nazaret, pero estaba lleno de vida. Latía cuando caminaba por las aguas en el mar de Galilea, cuando les contaba historias sencillas y hondas a los discípulos en la montaña mientras comían bocadillos, cuando denunciaba a los sepulcros blanqueados. Una noche yo estaba en Tiberias, miraba llegar un barco cuyas luces vibraban en el lago, y me parecía sentirlo vivo.
Estaba lleno de vida cuando cenaba con sus discípulos en la última cena y les dijo que tomaran siempre pan y vino. Todos los pintores del mundo representaron esa cena llena de vida, aunque él presagiaba su muerte. Había más vida que nunca en esa cena. Yo estuve en Jerusalén en el Cenáculo, lugar donde se supone que se celebró la última cena, y presentí que Jesús estaba lleno de vida. Me gusta el Jesús vertiginoso de las miniaturas celtas.
Dijo que venía a traer fuego al mundo, entonces por qué no hacemos que arda con pasión en lugar de morirse. Jesús estaba lleno de vida pero los que hablan en su nombre solo traen la muerte. Unos traen ceremonias rutinarias y cánones muertos. Otros lo condenan todo y dicen que toda la vida es pecado. Pero él estaba vivo incluso lleno de angustia en el monte de los Olivos, yo lo intuí hace unos años entre esos olivos.
A mí no me gusta el estrépito, el ruido, la prisa. Pero sí la vibración, el latido, la vida interior. Susurrar con Jesús tomando un vino, adensar sus frases mirando el fuego, escuchar a Chopin con sus historias mágicas ¿no es mejor forma de celebrarlo?
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR
Consuelo de Arco: Geranios en el Monte de los Olivos