Uno de los botánicos más reconocidos y entregados de esta Salamanca nuestra de excepcionales profesores, de investigadores apasionados
A nuestro Casino de Salamanca, le salen hojas y flores, le crecen ramas que nos abrazan porque asiste esta vez a la presentación de un libro que nos recorre por los caminos verdes de parques y jardines. Y lo hace de la mano de uno de los botánicos más reconocidos y entregados de esta Salamanca nuestra de excepcionales profesores, de investigadores apasionados: el botánico Juan Manuel Velasco, a quien la Diputación edita un monumental recorrido, académico, riguroso y a la vez muy atractivo para el público no especializado para concienciarnos acerca de la necesidad de los parques y jardines y mostrarnos la historia y la belleza de nuestros rincones verdes, que son más de los que nos imaginamos.
He tenido el privilegio de trabajar con Juan Manuel Velasco, uno de esos profesores que transmiten la pasión por su materia y que, constantemente, te enseñan aquello que saben con cercanía y entrega. Y no solo en los espacios comunes del centro que compartimos, sino en dos paseos botánicos que me descubrieron a un hombre sabio, pleno de humildad y de conocimiento que no solo abarcaba su inmenso campo botánico, sino que desbordaba hacia la historia, la medicina, la literatura? caminar junto a Velasco era un placer erudito del que no escapaba ni mi pequeña hija a quien enseñó, con infinita paciencia, a reconocer la insólita ?ombligo de Venus?, esa húmeda maravilla que ella siempre encuentra recordando ?a ese señor amigo tuyo?.
Para Julián Barrera, responsable de Cultura de la Diputación de Salamanca, esta monumental publicación nos muestra con ?pasión y devoción? las ventajas y belleza de los parques y jardines, un proyecto ingente del que se sienten orgullosos, como se siente así Enrique Rico, catedrático de Botánica de la Universidad de Salamanca, amigo y compañero de Juan Manuel Velasco que no solo aludió a su trabajo constante, sino al hecho de que sus alumnos del IES Mateo Hernández, llegaban a la Facultad de Biología con un inusual conocimiento de la botánica.
Juan Manuel Velasco, vallisoletano de origen e incansable caminante de los campos castellano leoneses, no solo es nuestro mayor experto en micología, también es el autor de un libro de la Diputación de Salamanca en el que se mete en la cocina y en la rebotica de las plantas. El mundo botánico, infinito, es para este gran divulgador, una necesidad para el hombre que, desde los albores de la historia ha convivido con él. Ya en Mesopotamia los jardines recibían el nombre de ?pairi-daeza? que significaba ?jardín del recreo del rey? o ?huerto rodeado de un muro?, palabra que tendría en ?paraíso? una lectura religiosa. Jardines y huertos estaban unidos en el mundo egipcio, griego y romano hasta que el Renacimiento dividió ambos conceptos introduciendo el jardín italiano, modelo que encontramos en el Jardín del Bosque bejarano, trazado en 1568.
Jardines que se convierten en Botánicos para aclimatar las plantas traídas de los países lejanos, jardines que suponen un ?bosque domesticado? que aportan beneficios a los habitantes de la ciudad y frescor en esos estíos cada vez más rigurosos. Una defensa del espacio verde que, nos recuerda Velasco, mejora las condiciones de los enfermos y cuya falta supone lo que actualmente se llama ?Síndrome de Heidi? o ?Trastorno de déficit de la naturaleza?. Rigurosos estudios de la OMS recomiendan 10 o 15 metras cuadrados de jardín urbano por habitante, cuota que, según Velasco, los salmantinos, con datos del 2015, tenemos cubierto con casi 16 metros cuadrados por persona. Salamanca es un espacio verde, aunque no nos lo parezca, y desde el siglo XIX contamos con jardines añejos que se iniciaron con el Parque del Botánico, antiguo espacio de los estudios universitarios de Historia Natural convertido en pistas deportivas y con el jardín ya retirado de la Plaza Mayor de Salamanca.
Recorrer los parques salmantinos de la mano de Velasco Santos es un privilegio del que disfrutaron los alumnos del IES Mateo Hernández a lo largo de muchos cursos. Con él recorrían el Parque de Würzburg, paseos que se materializaron en textos para la web del instituto sobre jardines salmantinos que, tras la jubilación del profesor, se convirtieron en el germen de un trabajo culminado con este hermoso libro. Libro que nos recuerda, no solo el patrimonio verde de una ciudad monumental, sino que nos entrega todo tipo de anécdotas y conocimientos de los árboles ?singulares? o ?notables? como el cedro de La Alamedilla, el ejemplar más alto de la ciudad que comparte interés con la morera del Huerto de Calixto y Melibea, que nos recuerda la industria de gusanos de seda que hubo en Salamanca entre los siglos XVIII y XIX. Anécdotas eruditas plenas de gracia que tuvimos oportunidad de conocer los que hemos tenido la fortuna de trabajar junto a este profesor inspirado: aún recuerdo que nos contó a Francisca del Teso y a mí, miembros del departamento de lengua, que el Ginkgo Biloba era un fósil viviente, un árbol sagrado que crecía tan feliz y tan ajeno a su hermosa historia muy cerca de nuestro edificio y, muy despierto en el comienzo del Paseo de Carmelitas, y era tal su entusiasmo, que, cada vez que voy por allí, saludo al árbol con una mirada admirada.
Árbol que cuenta nuestra historia porque nos sobrevive. Historia viva que hunde sus raíces en la ciudad y la provincia salmantina. Por eso Velasco nos recuerda que es este árbol, el Ginkgo, sobrevivió a la explosión de la bomba atómica en Hirosima, un árbol sagrado cuyas semillas se distribuyen ahora como un símbolo de paz y de reconocimiento. La naturaleza parece sobrevivir a nuestra locura cotidiana. Por eso la necesitamos y es una hermosa obligación conocerla, defenderla y disfrutarla. Ese es el objetivo de este hermoso, de este libro infinito.
Charo Alonso / Fotos de Lydia González