Los más pequeños se enfadan, vaya que sí, pero sin doblez ni hipocresía, y su encono suele durar hasta que un nuevo suceso llame su atención


OPINIóN
Actualizado 28/03/2019
Redacción

Hace tiempo que he descubierto que me entiendo mejor con los niños que con los mayores. Existe un factor cronológico, es cierto: los viejos tendemos a simplificar nuestro horizonte intelectual, compartiendo temas y enfoques con los más pequeños. Es que, como dirían los comediógrafos de antaño Muñoz Seca y Pérez Fernández, Los extremeños se tocan.

Pero no es sólo eso. Los mayores gastamos una mala baba de cuidado: hasta somos capaces de romper para siempre las relaciones familiares por culpa de una herencia o del procès de Cataluña, por ejemplo. Ya ven qué tontería.

Los más pequeños se enfadan, vaya que sí, pero sin doblez ni hipocresía, y su encono suele durar hasta que un nuevo suceso llame su atención: entonces, tan amigos, otra vez. Es lo que hace mi nieta de dos años, tras haberse puesto de morros conmigo: me coge de la mano y me dice "abu, vamos a jugar". No recuerdo la última vez que una persona mayor me ha cogido de la mano tras una bronca como no sea para sisarme algún dedo o partírmela en dos.

Por eso, he dejado ya de discutir de religión o de política con mis pares, tratar de si es mejor una reforma laboral que otra, cuál debe ser el nivel de impuestos adecuado o qué conlleva en sí mismo el derecho a la vida: nadie da su brazo a torcer y todos tenemos ideas previas, o sea, prejuicios, por los que estamos dispuestos a machacar al oponente.

Prefiero, en cambio, descubrir el funcionamiento de las beyblades, o sea, las peonzas, en versión moderna, compartir cuentos en tablets, tratar de hacer el clásico cubo de Rubik, intercambiar cromos de moda, desde fútbol hasta Star Wars, o resucitar la vieja papiroflexia, tan unamuniana, por cierto.

Ayer mismo, sin ir más lejos, un grupo de chavales de 6 a 8 años y yo hicimos un estimulante campeonato de aviones de papel, cuya confección iban descubriendo con asombroso placer durante el proceso. Nadie puso de duda los resultados, a nadie le incomodó el que ganase otro, todo el mundo ponderó los aviones de los demás, y al final acabamos todos tan amigos como al principio.

Vaya, justo lo contrario que hacen las personas mayores que yo conozco.

Enrique Arias Vega

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