OPINIóN
Actualizado 26/03/2019
Fernando Robustillo

No sé si en la actualidad existe algún profesor que se dedique a realizar "Antologías del Disparate". Así se llamaban aquellos curiosos libros en los que algunos maestros recopilaban las sorprendentes respuestas con las que sus alumnos les hacían sonreí

Conservo algunos de aquellos libros -en este caso, uno de Luis Díez Jiménez-, abro una página al azar y leo lo que era la pregunta y la respuesta: "El castigo bíblico.-Fornicarás con el sudor de tu frente". "Amor platónico.-Es el amor a las cosas de comer". "Primates.-Son los mamíferos más evolucionados, exceptuando el hombre". "Necrópolis.-Ciudad de negros".

Háganse con algunos de ellos, que estos libros no pierden actualidad y no sólo pasas un rato divertido, sino que ayudan a reflexionar y situarte en las mentes más ocurrentes, que, como siempre, fueron y son las de los niños.

Los mayores tenemos ocurrencias disparatadas, que no son lo mismo que disparates. Es como si a estos les echaran un poco de inquina -palabra que un chaval en un examen la confundiría con un producto- y nosotros sabemos que la inquina es esa tirria con la que queremos demoler al adversario. Y en estos días, convocadas las elecciones, pero sin entrar aún en campaña, estamos hartos de tanta tirria.

Por supuesto no podemos referirnos a todo lo que se está escuchando, pero al unísono de los referidos libros de los disparates, tomemos algún ejemplo, aunque solo sea uno. Ese en el que todos ustedes están pensando. Y lo digo así porque nosotros no tenemos cultura de las armas, y ya que un partido político propone que nos den acceso a ellas, considero que es una medida disparatada (de disparos).

Lógicamente este partido lo propone como un motivo de defensa. ¡Estaría bueno! Pero ya sabemos que las armas las carga Belcebú y si ya es conocido que en las cacerías ocurren demasiados accidentes -recordemos aquel tiro que Fraga le dio en el trasero a la mismísima hija de Franco-, qué se puede esperar de un pueblo armado.

Nuestra experiencia en los años de democracia es justo lo contrario: lo que han sobrado son pistolas, y no me creo que gente de paz y de palabra, como Ernest Lluch o Francisco Tomás y Valiente, solo unos ejemplos -ejecutados por sorpresa-, estarían vivos en la actualidad si hubieran tenido un arma. ¿Para qué iban a querer un arma unas personas de bien?

Hay que pensar que a los españoles nos consideran de sangre caliente, y ya solo nos faltaría un arma para resolver los problemas de Tráfico, nuestras diferencias políticas o futbolísticas o lo que pudiera hacer un independentista español (o catalán) exasperado y armado.

Estamos de acuerdo en lo del cenicero. Cualquiera tomaría un cenicero o cualquier objeto que se pusiera a mano para defender a su familia. Lo de la pistola es distinto, pues habrá quien esté muy entrenado o le haya perdido el respeto por sus lecturas de Marcial Lafuente Estefanía o su afición a los videojuegos, pero a la mayoría nos tendría que pagar una academia el señor Trump -quien lo haría muy gustosamente pensando en el mercado-, y dado que el tiempo es el capital más valioso, para eso no estamos disponibles.

Resumiendo: En una democracia sana, las armas son los votos.

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