OPINIóN
Actualizado 24/03/2019
Redacción

En una de las cadenas de televisión, uno de estos últimos días, escuchábamos la noticia de la disminución de los pardales en toda Europa, también en España, y en los lugares del mundo (al parecer, es una especie de aves muy extendida por todo el mundo) en que habitan.

Tal disminución se debería a distintas causas que se podrían sintetizar, en el fondo, en una: la degradación a que el ser humano somete los distintos ecosistemas a lo largo y ancho del mundo.

Y añadía tal información que tal pérdida de la especie de los pardales, que, de no cambiar las cosas, terminaría en su extinción, es significativa porque los pardales han vivido, y siguen viviendo, siempre en los ámbitos en los que se desarrolla el existir de los seres humanos.

Son, por ello, aves confiadas, habituadas a nosotros y que ?utilizando un término muy en boga estos días, pese a lo antipático que nos resulta? interactúan con nuestra especie, allí donde residimos ambos.

Desde niño, hemos sentido como entrañables y cercanos a los pardales, que nos han resultado y resultan tan familiares y próximos. El término que se nos transmitió, en nuestra habla del origen, fue precisamente el de pardales.

Después, a través del lenguaje de los estudios y de la cultura, recibimos su sinónimo: gorriones, que es, en nuestro idioma, ?lo hemos ido comprobando?, más utilizado, también en la cultura escrita.

Ya en los años de bachillerato, en el manual de literatura, acaso de sexto curso, descubrimos tal denominación en la referencia a una obra poética del romántico sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, titulada de un modo hermoso como 'Libro de los gorriones', manuscrito atesorado en Madrid, en la Biblioteca Nacional, y considerado como una de las versiones de las 'Rimas' becquerianas. Por cierto, tal manuscrito, por el uso y abuso de los investigadores, a los que se les dejara, durante años y años, consultarlo, terminaría sufriendo algún deterioro.

Después escucharíamos esa hermosa balada del cantante catalán Joan Manuel Serrat en que vuelven a aparecer los gorriones, en ese caso como símil del encanto femenino: "Es menuda como un soplo / y tiene el pelo marrón / y se mueve por instinto / como un gorrión."

Y, ahora, a través de la referencia televisiva, se nos llama la atención sobre la disminución y el consiguiente peligro de desaparición de los pardales o gorriones. Un signo más de ese deterioro de nuestro planeta, debido a tantas profanaciones a las que lo sometemos los humanos.

Desde niño, hemos sentido las aves como manifestaciones del alma divina. En la medida en que desaparecen, vamos empequeñeciendo tal alma. Y nos empequeñecemos también nosotros, en ese camino hacia la tiniebla en el que, inconscientemente y al parecer tan a gusto, estamos.

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