Cuando he tenido la curiosidad de contemplar alguna de las declaraciones de esa larga vista del Supremo donde se juzgan los hechos del 1-O en Cataluña, me viene a la memoria - ¡qué mayor me estoy haciendo! - aquella simpática sección de La Codorniz titulada "Diálogos para besugos". Intercambios de opinión entre dos interlocutores, en los que cada uno intervenía sin enlazar para nada con el tema propuesto por su oponente. La pena es que, con La Codorniz, por lo menos nos quedaba el consuelo de la sonrisa. Con los testimonios de los inculpados y alguno de los testigos, dan ganas de llorar.
Que los imputados se acojan a su derecho de no responder a cuestiones que puedan perjudicar su defensa, aunque no sea muy ajustado a la ética, responde a un derecho reconocido en nuestro ordenamiento jurídico. Ahora bien, que los que comparecen como testigos, para tratar de favorecer a una de las partes, aleguen constantemente desconocimiento o falta de memoria, es una conducta que, llevada al extremo, llega a poner de manifiesto su claro deseo de no decir la verdad. Ante comportamientos claramente ilícitos, pero cargados de contenido político, era de esperar de las defensas una táctica basada en disfrazar a los infractores de su condición de políticos comprometidos con una causa justa, pero desprovistos de su naturaleza de responsables, maniobra cortada en seco por el presidente del tribunal.
Esto me hace recordar un varón que, requerido por Hacienda para que justificara el motivo de haber estado cobrando una pensión adjudicada a su esposa -fallecida siete años antes-, al preguntarle el inspector la razón por la que no había legalizado la situación, respondió que, a pesar de convivir con ella, efectivamente, ¡no se había enterado de su fallecimiento!
En las declaraciones de los imputados hemos podido comprobar lo que ya esperábamos: no recuerdo con exactitud, no tenía conocimiento de ese tema, en ningún momento traté de desobedecer a organismos estatales, ni ejercí ni recomendé a nadie la violencia, fue el Estado español el usó la violencia y abusó de la buena fe de los catalanes, nadie malversó nada, no hubo tal declaración de independencia, etc. Es decir, allí no pasó nada; hubo un pueblo que clamaba pacíficamente por sus derechos y, por lo tanto, ahora me considero un preso político. A pesar de los pesares -que los hay-, todavía confío en nuestra Justicia, y estoy seguro de que el tribunal valorará toda la información que aflore en la vista y dictará sentencia con arreglo a justicia.
En las declaraciones de los testigos de las partes, como también era de esperar, se van aclarando conceptos. Ante los acontecimientos que se juzgan, hay una parte damnificada, que es el Estado, y otra presuntamente culpable, sentada en el banquillo de los acusados. Los testigos que ha citado el Estado, espectadores directos de los hechos, han dado su versión de lo sucedido, que lógicamente coincide con lo que pudo ver todo el mundo. Para quienes carecemos de todos los datos del procedimiento judicial, resulta complicado llegar al conocimiento exacto de la verdad.
Ahora bien, la trayectoria de los implicados, todas sus declaraciones previas a los acontecimientos y las imágenes que hemos visto en los informativos, sirven para hacernos una composición de lugar. Si a todo lo anterior unimos el descaro con que se falta a la verdad, es de suponer que los magistrados estén capacitados para desenmascarar a los que mienten. De igual forma que se acude al informe pericial en materia forense, sería interesante que los tribunales, en casos muy concretos, pudieran valerse del asesoramiento de especialistas en averiguar cuándo miente el declarante.
Mención aparte merece la comparecencia del ex Mayor de los Mossos José Luis Trapero. Leyendo al día siguiente según qué medios, se puede alabar su conducta, o se le puede tachar, en primer lugar, de cobarde y, después, desleal y muñidor. Cuando una de sus primeras afirmaciones fue decir que ninguna de las parejas de mossos que acudieron el 1-O a los lugares en que se habían establecido colegios electorales vio mesas, urnas ni papeletas -todos vimos mossos portando urnas y simpatizando con los votantes-, era suficientes para decirle que, si toda su intervención iba a estar adornada con la misma dosis de verdad, podía terminar su comparecencia.
Como máximo responsable de ese cuerpo de seguridad, muchas de las decisiones que declaró haber tomado, puede que existan sólo en su mente. Por ejemplo, cuando Puigdemont decidió huir de la quema, la escolta que le acompañó hasta Bruselas fue encargo directo de Trapero. Sin embargo, para acabar de rematar la "faena" del Supremo, lanzó la exclusiva que todo el mundo ha destacado: "Teníamos un plan para detener a Puigdemont y al resto de consejeros, si se nos pedía" ¿Dónde está ese plan y quién lo conocía? Si eso era verdad ¿por qué le permitieron huir? Trapero ha intentado llevarse por delante a sus superiores para tratar de salvar el pellejo.
Después de las graves acusaciones del ex Subsecretario José Antonio Nieto y el coronel Pérez de los Cobos, ya está preparando su defensa ante la vista que tiene pendiente en la Audiencia Nacional, y no ha tenido inconveniente en cargar toda la responsabilidad en los políticos del momento. Nunca admitió que sus decisiones fueran coordinadas desde un organismo superior y, a pesar de negarlo en el Supremo, le contradicen sus órdenes y las declaraciones de sus subordinados. No estaba obligado a responder, pero quería aprovechar la ocasión para ajustar cuentas. No es de fiar.
Conforme avanza el proceso, los acusados están bajando de las nubes y empiezan a ver el porvenir más negro. A pesar de su empeño en internacionalizar el procés, y del derroche de medios empleados a tal fin, cada vez se les van cerrando más puertas y notan el final más próximo. Aquí está el peligro. Cuando la triste realidad te echa por tierra la teoría de que las ensoñaciones de unas cuantos iluminados secesionistas deben prevalecer sobre la base democrática y constitucional de un Estado, una de dos, o entonas el mea culpa y asumes las consecuencias, o persistes en tu delirio y eliges morir matando.
A juzgar por la actitud que demuestran las actuales autoridades de Cataluña, mucho me temo que nos esperan más días de tensión. Si, por añadidura, el Gobierno central sigue mirando para otro lado, o, lo que es peor, pretende poner paños calientes a conductas claramente provocadoras, la situación se agrava. En el momento más necesario, salvo en materias claramente propagandísticas y electoralistas, estamos sin gobierno -y casi me atrevería a decir que sin oposición.
No se puede tolerar el continuo desacato al Estado. La democracia no es sólo buenismo. Existe algo más que se llama vergüenza torera y amor propio. El poder ejecutivo debe ser también garante de la voluntad popular, y no solamente gobernar para la galería. Cualquier gobierno que se comprometa a terminar con la injusticia y la provocación será siempre bien valorado, dentro y fuera de sus fronteras.