El Papa Francisco nos invita a estar atentos y ser capaces de descubrir los signos de los tiempos
?y nadie sabe cómo ha sido. Es difícil hacer esta afirmación cuando todavía estamos soportando días de frío, después de apenas haber tenido un invierno digno de tal nombre. En efecto, no ha nevado, no ha llovido y apenas si ha helado, es decir, no ha habido invierno en forma. Mucho menos aquellos inviernos de los años cincuenta, cuando las temperaturas bajaban, incluso durante más de una semana, hasta las cercanías de los veinte grados bajo cero, y cuando el río Tormes se candaba por el hielo de forma que el carro del lechero podía pasar el río por encima de la superficie helada sin peligro de sumergirse en el fondo.
Pero, aun cuando la temperatura no haya subido lo suficiente como para afirmar que estamos en primavera, lo cierto es que en esta semana los árboles se han echado fuera con una inmensa y hermosísima floración. Y las flores son inequívocamente signo de primavera.
La primavera nos alegra, nos despierta y nos anima y nos lanza a una actividad más animosa y decidida.
Por otro lado, la primavera física nos traslada con la imaginación y el pensamiento a otro tipo de primaveras, muchas de ellas a veces frustradas, como son, la primavera de Praga, la primavera del Magreb y otras imaginarias primaveras.
Pero también cerca de nosotros y a pie de sucesos diarios se encuentran signos luminosos que nos hacen pensar y descubrir que algo nuevo y esperanzador está surgiendo.
El Papa Francisco, recogiendo la expresión del Concilio Vaticano II, que ha su vez se inspira en el evangelio, nos invita a estar atentos y ser capaces de descubrir los signos de los tiempos, de modo que oteando esos signos y sometiéndolos a la práctica ignaciana y jesuítica del discernimiento, acertemos a dejarnos orientar en nuestro caminar por esas señales que Dios pone en nuestro camino.
Hoy he tenido la suerte de asistir a uno de esos acontecimientos en los que fácilmente se pueden descubrir esos signos evangélicos que nos orientan en nuestro caminar. Asistíamos, a salón pleno del Casino de Salamanca, a la apertura de los actos que conmemoran los 25 años de la iniciación de esa institución típicamente salmantina del Comedor de los Pobres, llevado adelante por la asociación cristiana y eclesial de los Misioneros Amigos del Silencio.
Evidentemente, esta institución ha sabido descubrir y estar atenta a los signos de los tiempos, como es el servicio eficaz, cercano y personal, a los pobres de nuestra ciudad.
Y se ha puesto de relieve que, siguiendo a los descubridores de esos signos de los tiempos que son los pobres, se encuentra una buena serie de instituciones locales y aun regionales, como el Ayuntamiento de Salamanca o la Delegación de la Junta de Castilla y León. Y lo mismo una serie de instituciones comerciales que omitimos mencionar aquí, pero que quedaron claramente marcadas o señaladas en el acto institucional.
Pero lo que hace más claro el camino acertado de esta institución oteadora de los signos de los tiempos, es la larga relación y número de personas voluntarias que ofrecen su disponibilidad y sus servicios a los pobres de Salamanca, y que esta noche estaban bien presentes en la feliz celebración.
No faltaba tampoco la representación de la Iglesia institucional significada en el señor obispo, en algún jesuita íntimamente ligado a la institución desde sus comienzos, en el vicario de pastoral y en el director diocesano del servicio misionero.
Efectivamente, este año especialmente, en Salamanca, la primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido.