El Gobierno egipcio acaba de autorizar a los cristianos coptos la construcción de nuevas iglesias y lugares de culto y va a legalizar algunos de los templos recientemente construidos. Es un paso importante pues los coptos, o sea, los egipcios, han sido durante mucho tiempo ciudadanos de segunda división dentro de su propio país. Son cosas de la historia: Egipto fue evangelizado, según la tradición copta, por el propio evangelista Marcos, el primero de los evangelistas. Sea verdad o una piadosa leyenda, es bien cierto que hubo una Iglesia cristiana floreciente desde el principio, a pesar de todos los pesares y los avatares. Figuras como Clemente de Alejandría, Padre de la Iglesia, nacido alrededor del 150, atestiguan que el Cristianismo llevaba implantado en Egipto al menos quinientos años cuando los musulmanes expulsaron de allí al Imperio Bizantino.
Bajo el dominio político musulmán, los coptos, es decir, los egipcios, siguieron siendo mayoritariamente cristianos, si bien la posibilidad de llegar a las élites políticas o militares les fue progresivamente negada y vetada. Respetuoso con las "religiones del Libro" (Judaísmo y Cristianismo) el Islam permite, admite, tolera la existencia de comunidades judías o cristianas, o las persigue cuando el Islam más radical se hace con el poder en uno u otro país, como sucedió cuando los Hermanos Musulmanes ganaron las elecciones con Mohammed Morsi como cartel electoral. No soy politólogo, pero sé que orientarse entre las diferentes familias y sectores del Islam es harto complicado, así que dejaré estos asuntos en manos de los entendidos y me limitaré a transmitir mi experiencia personal. En 1994 tuve la fortuna de poder pasar cinco a seis días en Egipto y dos semanas en Israel, visitando con relativa calma el país de Jesús. En otras ocasiones he podido viajar a Líbano, Jordania y Siria ?antes de la guerra que dicen está a punto de concluir- a visitar a los scouts católicos que allí había e imagino sigue habiendo. No lo imagino, lo sé, porque algunas veces he oído los testimonios en la radio, narrando cómo los Hermanos Maristas, de ellos conozco especialmente a Georges Sabe, y las comunidades cristianas que giraban en torno a ellos, se habían quedado en Alepo durante la guerra, echando una mano a los que lo necesitaran, especialmente a los niños.
Volviendo a Egipto, uno ha estudiado algo de Arte y de Historia, e incluso Historia de las ideas y de las religiones, pero hay cosas que no se empiezan a comprender, siquiera sea un poco, hasta que no se les pone cara, ojos y nombre. En mi caso, ese nombre es Rodolphe (omitiré su apellido). Rodolphe es un árabe, de lengua materna árabe, no musulmán, sino cristiano católico melquita, nacido en Alejandría de Egipto, un país no árabe, sino copto, pero mayoritariamente musulmán, en el que la lengua común es el árabe. Rodolphe, cuando iba a misa ?y sigue yendo a sus cumplidos ochenta años- rezaba y escuchaba la Palabra de Dios en griego, pero pensaba en árabe, o en francés, o en inglés que, como buen libanés ?fenicio- sabe que la única forma de comprender a un enemigo y convertirlo en amigo es hablando a la perfección su lengua. Y, si además quieres venderle algo, pues con más razón.
Ignoro las razones de esta apertura del Gobierno egipcio. Puede que haya visto el peligro del yihadismo, o que la diplomacia del diálogo del papa Francisco y de los papas anteriores esté empezando a dar frutos, o que la élite musulmana dirigente de Egipto se haya dado cuenta de que los cristianos egipcios, que son entre el 10 y el 15% de la población, no solo no son enemigos del país, sino que su mera existencia es garantía de democracia y de prosperidad a largo plazo, aunque ahora sean los más pobres entre los pobres. Mucho llevan aguantado los cristianos coptos en forma de discriminaciones, ciudadanía de segunda clase, obstáculos para entrar en la milicia y en el alto funcionariado, atentados yihadistas en sus iglesias a la hora de misa, impedimento de restaurar sus viejos templos, que entrar en ellos era entrar en los siglos previos a la conquista musulmana, como si mil cuatrocientos años de historia se hubieran momificado, nunca mejor dicho.
No me atrevería yo a decir, todavía, que este permiso para edificar y legalizar nuevos templos sea una consecuencia de la libertad religiosa, pero principios quieren las cosas. Es un paso importante y esperanzador.