Ahora que empiezo a desintoxicarme de la sobredosis del Día de la Mujer Trabajadora administrada por los políticos con el fin de cosechar votos ante tantas elecciones en ciernes más que con el de aportar soluciones razonables a sus verdaderos problemas, y sobre el fondo negro de otra mujer asesinada por su marido en Madrid que entre tantas pancartas, discursos y aplausos ha pasado poco menos que desapercibido, hilvano estas líneas para felicitaros a todas: a las que asumen sus obligaciones a la vez que sus derechos, a las que acceden a sus trabajos por sus propios medios, a las que huyen de privilegios por el hecho de ser mujeres, a las que no delegan gratuitamente en otras mujeres sus responsabilidades, a las que defienden con ahínco su derecho a divorciarse sin miedo a ser asesinadas, a las que no pretenden más homenajes que recibir un salario justo, contar con las mismas oportunidades que los hombres y ser respetadas por ellos, también a las que siguen escalando puestos de la mano de los hombres, a las que entienden que avanzar en el terreno laboral es sólo ocupar cargos de representación, a las que se dejan manipular para evitarse complicaciones, a las que pretenden que el gobierno obligue a los empresarios a pagarles el sueldo sin restarles tiempo para atender a sus familias, a sus maridos a que cojan el cepillo y la fregona sin miedo a sufrir alergia y a los profesores a que no pongan deberes a los alumnos para que las obligaciones de sus hijos no les impidan salir los fines de semana, porque gracias al esfuerzo de las primeras y al ruido de las segundas, hoy, en este país, unas y otras podemos votar, estudiar, trabajar, y no necesitamos que el padre, el hermano mayor o el marido decida por nosotras.
Ojalá que algún día todas las mujeres del mundo puedan decir lo mismo.