OPINIóN
Actualizado 08/03/2019
Marta Ferreira

La semana que acaba de transcurrir ha sido decisiva en el llamado juicio del "procés" para acercarnos a la desnuda verdad del conato de golpe de Estado en Cataluña. Tras las declaraciones de los acusados la semana anterior, sin ningún interés por sabidas antes de producirse, lo que acabamos de vivir estos días sí ha merecido la pena. Hemos entrado en la fase testifical, y con buen criterio, ante la proximidad de las elecciones generales, el presidente del Supremo, Manuel Marchena, optó por que prestaran testimonio en primer lugar los responsables del Gobierno en el momento de los hechos: Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y Juan Ignacio Zoido, es decir, los tres grandes protagonistas como presidente, vicepresidenta y ministro del Interior, en la tarea de hacer frente al carajal catalán. El resultado ha sido desolador.

Sáenz de Santamaría creyó que tenía enfrente a un tribunal de oposiciones y soltó bien su rollo, incluso con autosuficiencia y prepotencia, pero se vino abajo como un suflé cuando tuvo delante a un abogado con espolones como Javier Melero, que puso contra las cuerdas a quien teóricamente era la responsable del Gobierno para Cataluña, poniendo de relieve sus carencias políticas. La vallisoletana se derrumbó cuando el abogado de Forn llegó a solicitar a Marchena que la reprendiera como "testigo renuente" en sus declaraciones. ¿Esta era la política que debía prevenir y atajar a los golpistas? Así nos fue.

En cuanto a Mariano Rajoy, el ex presidente hizo aguas por todos los lados. Muchas ampulosas declaraciones sobre la defensa de la soberanía nacional y su firmeza para defender la unidad de España y no negociar, pero carencias manifiestas en el desarrollo de los argumentos y en el escaso dominio de los hechos a debate, ¿pero se lo había preparado?, porque da la sensación de que no. El máximo responsable de aquel gobierno dejó ver con claridad sus escasas dotes para afrontar el problemón que tuvo enfrente.

Y el pobre Zoido, humilde y educado en las formas, pero echando todos los balones fuera, sin saber por dónde salir. Hubo un momento en que despertaba pena, como si no supiese qué decir, con la única manija de escaquearse ante sus responsabilidades políticas, manifiestamente superado por su incapacidad para dar respuesta a tantas preguntas que quedaron en blanco. La pregunta inevitable, pues, es cómo los tres máximos responsables del Gobierno español se atrevieron a comparecer ante el Tribunal Supremo en estas condiciones, con un bagaje tan escaso en argumentos, dominio de los hechos y limitación expositiva, como la que evidenciaron. El honor del país y de su Gobierno, merecían otra conducta, meridianamente opuesta a la que acreditaron.

Pero todo cambió, y cómo, al día siguiente cuando entraron en juego los aparentes segundos espadas. Me refiero al que era secretario de Estado de Seguridad, José Antonio Nieto, al delegado del Gobierno en Cataluña, Enric Millo, y al coordinador técnico del dispositivo de seguridad, Diego Pérez de los Cobos. Aquí cambiaron las tornas por completo, como de la noche al día. Los tres testigos comparecieron con los deberes muy bien aprendidos. El secretario de Estado dio la cara, todo lo contrario que su ministro, y puso de relieve la deslealtad manifiesta del gobierno de la Generalitat al no hacer lo que le competía en la prevención del conato de referéndum. Dio datos, puso sobre el tapete hechos, y argumentó con competencia.

El político catalán Enric Millo no se anduvo por las ramas, acreditando los numerosos intentos por llegar a una solución que evitase lo que finalmente ocurrió. Frente al Gobierno español, conciliador incluso en exceso, la Generalitat tuvo claro desde el primer momento que su primera finalidad era celebrar el referéndum, pese a las advertencias claras del Tribunal Constitucional sobre su conducta manifiestamente ilegal. Millo se fajó ante las defensas, no se amilanó nunca, y hasta puso de relieve las graves consecuencias que su conducta le reportó, callando a un abogado que le inquirió si sabía quién había hecho una pintada amenazándole de muerte, a lo que respondió que no lo sabía, pero sí quien la había borrado: su propia hija.

Finalmente, el máximo protagonista hasta ahora en el juicio, ha sido el coronel de la Guardia Civil, Pérez de los Cobos. Su serenidad, su absoluto dominio de todos los datos en juego, su capacidad para responder con autoridad y crédito a la imposible tarea de defensa de los golpistas, dejó bien a las claras que la conducta de los mossos de esquadra fue manifiestamente desleal, convirtiéndose más bien en fuerzas protectoras del desorden y la violencia acaecidos en la triste jornada.

La desnuda verdad se ha puesto ya sobre la mesa. Parece imposible que se pueda cuestionar lo que ocurrió en Cataluña. La dialéctica de los abogados defensores tiene un límite y es la verdad, y esta ha quedado clara durante esta semana. Gracias a tres personas que dignifican la función pública y honran al Estado: Nieto, Millo y Pérez de los Cobos, hicieron todo lo que faltó en Rajoy, Sáenz de Santamaría y Zoido, gobernantes vergonzantes que con su conducta explican bien las responsabilidades que no ejercieron y que pusieron a España al borde del abismo.

El desastre de la jornada del ficticio referéndum pudo evitarse. La Generalitat es la principal responsable al favorecer su realización, pero el Gobierno español demostró una clara incapacidad para evitarlo. La sinceridad y competencia de los tres servidores públicos antes mencionados, supuso también una humillante confesión: no se estuvo a la altura debida, se falló, y esa responsabilidad política debería saldarse de algún modo. La Historia les juzgará, pero no deberíamos apelar al futuro, sino reivindicar el presente.

Marta FERREIRA

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