OPINIóN
Actualizado 07/03/2019
Luis Castro Berrojo

Hace una buena treintena de años llevé a un grupo de alumnos al museo de la ciencia de La Villette, al norte de París. En el vestíbulo se movía un robot androide que abordaba a las visitas:

  • ? Bonjour, mes amis, d'où est-ce que vous venez?

Al escuchar la respuesta el robot seguía la conversación, incluso en otros idiomas. Le vi hablar hasta con dos japoneses. Yo no salía de mi asombro y dije a mis chicos:

  • ? Fijaos, es muy interesante: este es un robot con ordenador de tercera generación, capaz de reconocer mensajes de voz y de responderlos en varios idiomas. No sabía que ya estaban en circulación.

Al rato, uno de mis alumnos me señaló un individuo que, 20 metros más atrás, teledirigía al robot y llevaba la conversación mediante un walkie-talkie. Quedé algo cortado.

Hoy el diálogo con una inteligencia artificial es algo cotidiano. Siri, Watson, Cortana, Alexia, Sofía (a la que Arabia Saudí ha dado la ciudadanía antes que a sus propias mujeres) no solo nos escuchan, sino que nos responden y obedecen. Sospecho además que cuando me interrumpen la sopa llamando al teléfono:

  • ? Buenas tardes, señor, mi nombre es Selene. ¿Habló con el titular de la línea?

? sospecho, digo, que se trata de una chica ficticia con deje puertorriqueño.

Mientras tanto, Deep Blue ganó a Kaspárov, campeón del mundo de ajedrez, en 1997 y más recientemente, Deep Mind ha vencido a dos profesionales de los videojuegos. Se evidencia que estas A.I. (inteligencias artificiales) no solo son capaces de aprender observando el juego entre humanos, sino que además se perfeccionan a sí mismas por su cuenta, analizando distintas posibilidades de la jugada. En ese campo son y serán imbatibles. Y en otros.

Por eso no faltará quien se alarme ante la imaginaria perspectiva de un futuro dominado por máquinas inteligentes, tanto más cuando los humanos despliegan cada vez menos sus capacidades mentales, sumergidos como están en la vorágine de los chispazos expresivos de la red (zascas, twits, memes), fake news y ofertas publicitarias de todo género. El experto lanza el siguiente comentario insidioso acerca de sus AI's: "no se alarmen todavía: no podrían hacer otra cosa que no sea jugar, al menos de momento".

Aquí se suscita la cuestión de si en lo sucesivo, las AI's respetarán la ley o, siguiendo el (mal) ejemplo de sus creadores, tenderán a tenerla en cuenta si y solo si les interesa. Isaac Asimov planteó claramente sus famosas leyes, disponiendo que un robot no puede ser responsable, por acción u omisión, de nada que perjudique a un ser humano. Pero en 2001 Odisea del espacio, vimos al malvado computador HAL tratando de hacer la puñeta a los tripulantes de una nave espacial, sin darse cuenta de lo más elemental: le podían cortar el fluído eléctrico, como hace ahora el oligopolio español con los que no pagan sus recibos. HAL se pasó de listo.

Estos supuestos parten de la dialéctica humano/máquina AI como entidades separadas, pero lo más inquietante potencialmente, me parece, es la simbiosis o síntesis entre uno y otro. Algo que dejo para otra ocasión.

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