Hay estudiantes que son remisos a aceptar el imperio del dato. Hay colegas que rechazan un trabajo académico que no se apoye en una evidencia empírica concreta. Representan dos extremos del mundo en que me muevo. En el primer caso, aluden a su formación pues, aunque no lo dicen porque la expresión ha caído en desuso, "son de letras". Les enerva la cuantificación que lleva a la utilización de técnicas matemáticas que por ser medianamente sofisticadas les exige un esfuerzo mayor. También consideran que los datos son tramposos por camuflar una rica realidad que, dicen, no pueden aprehender. Rechazan lo que llaman, de manera más elaborada, el empirismo ciego, la obtención de la medición sin más, sin propósito alguno. En el segundo caso, se trata de profesionales que buscan la excelencia de su trabajo subrayando el rigor del método, por encima de cualquier otra consideración. Saben, igualmente, que es una garantía de seriedad frente a la pura opinión y que, además, les coloca en el sanedrín de lo selecto.
En la maraña de informaciones diaria, leo que España encabeza la clasificación de los países más saludables habiendo desbancado a Italia. Después se encuentran Japón, Islandia, Suiza y Suecia. Se trata de un índice en el que se dan cabida asuntos como la atención médica, el tipo de dieta y la esperanza de vida, entre otros. Asimismo, me entero de que para el promedio de los españoles se es viejo cuando se cumplen 74 años. Es también la cifra más alta de la serie que aparece en la encuesta. Para chilenos y colombianos ese umbral se sitúa en 71 años, mientras que para argentinos, italianos y belgas el cumpleaños que marca la senectud es el 70º, un año más de lo que piensan los franceses y dos de lo que estiman los británicos. Finalmente, el país también lidera la tabla que recoge el menor porcentaje de población masculina que sostiene que los hombres son más capaces que las mujeres: en España así lo opinan el 9% frente al 15% en Francia, 20% en Alemania, 32% en Japón y 54% en Rusia.
Sé que los datos y los números no son narrativos sino aditivos, pero los tres estudios dan para sendos relatos que no voy a llevar a cabo y menos aun loar las aparentes ínfulas patrias. Sin embargo, sí creo que son útiles para, trascendiendo su frío enunciado, hacer que cada uno se interrogue por la valoración personal del resultado, sopesando si su posición casara con la enunciada o sería muy distinta; así como por el significado de la propia relevancia de lo cuestionado. ¿Hasta qué punto es un asunto importante? Por otra parte, exige plantearse el sentido de las escalas y su capacidad de medir diferencias. En fin, preguntarse por las razones que pudieran explicar las distintas posiciones. Una gama de pequeños ejercicios que pueden servir para alejar la aversión a los guarismos y tomar conciencia de su utilidad en el seno del subjetivismo puro en que nos movemos.