OPINIóN
Actualizado 05/03/2019
Fernando Robustillo

Curioso reportaje el realizado la semana pasada en un medio televisivo -perdonen que no recuerde el canal y que me fijara solo en los personajes de derechas- en el que preguntaban a algunos políticos: "¿a quién de los colegas de profesión, pero de signo p

Quien más requerimientos consiguió en las distintas entrevistas fue Joan Tardá. Pero hubo respuestas para todos los gustos, aunque apreciáramos especialmente una: la del exministro de Interior del Partido Popular señor Fernández Díaz, quien en tono dicharachero dijo: "Yo tengo uno como muy favorito, pero por aquello de no hacer daño, no lo voy a decir".

Tal respuesta me hizo recordar a un escritor, con libro recién publicado en las fechas a las que quiero referirme -no diré su nombre para no resucitar viejas posturas- de quien Aznar, en aquella época presidente, dijo que lo tenía como libro de cabecera. Y, claro, un periodista sagaz no podía dejar de preguntarle al escritor a qué eran debida aquellas declaraciones y aquella pasión de quien estaba situado en las antípodas de sus ideas. Este le respondió en tono burlesco: "¡me quiere hundir!" o "¡me va a hundir!". (Ya no lo recuerdo bien).

En el reportaje televisivo que comentamos una de las afinidades también de la derecha era de alguien que se postulaba por el señor Guerra, cosa que pudiera parecer una broma, pero no, don Alfonso, martillo de peperos (con respeto) en otras épocas, hoy, con la afabilidad que se manifiesta, parece una caricatura del Guerra de los setenta, ochenta o noventa y también le quiere la derecha. Sin embargo, como nunca perdió el aprecio de la izquierda, por su fina ironía y su vena satírica, bien puede pasar a la Historia como el Castelar de la democracia, aquel político decimonónico que de tal forma deleitaba por su capacidad oratoria, que igual interés le prestaban sus homónimos ideológicos que la oposición.

LA MUJER HACE UN SIGLO?

Estoy enfrascado en la lectura de un buen y viejo libro, edición de 1913 ("La educación de la voluntad", por Julio Payot), iba a decir "tocho", pero no, tiene suficiente materia de reflexión como para leerlo gustosamente de principio a fin, aunque el traductor del francés y a la par prologuista de la obra quiera adornarse en el prólogo con los que hoy llamaríamos unos despreciables argumentos. Lean, si no, estos extractos:

  • "? Bien puede decirse de los hombres sabios y de las naciones inteligentes y sin voluntad que son perjudiciales para la república, porque como las mujeres hermosas y estériles, más suelen servir para fomentar los vicios que la destruyen que para engendrar y criar hijos que la sustenten y defiendan".
  • "? Con mayor exactitud que el gran naturalista Buffon puede exclamarse parodiándole: la voluntad es el hombre. En nuestro derredor y en el seno de las familias observamos ejemplos sin fin de varones inteligentes, pero débiles, dominados por mujeres ignorantes, pero de firmes resoluciones".

Desgraciadamente esto no es una excepción. Las asociaciones de ideas denigrantes contra la mujer han sido de uso común a lo largo de los siglos. Y si hoy, gracias a su lucha y a la democracia, la mujer está acercándose a cotas de igualdad impensables hace cincuenta años, los hombres, como hijos de las mujeres, debemos apoyarles sin ningún tipo de cortapisas.

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