OPINIóN
Actualizado 21/02/2019
Antonio Costa Gómez

Hace un tiempo desapareció la mítica Editorial Bruguera. Yo le debo una gran parte de lo que soy, y conmigo muchos otros. Cuántas experiencias mágicas podría agradecerle a esa editorial bienaventurada. Desde observar la portada de "Mi Credo" de Hermann Hesse, con el sol entre los árboles que me hizo concebir filosofías ardientes y propósitos de vida. Pasando por las obras de Henry Miller que leí con pasión en una buhardilla de Santiago de Compostela. O siguiendo por los "Diarios" de Anaïs Nin en siete tomos, que no me atrevía a leer durante un tiempo, por miedo a vibrar en exceso con las andanzas de ella y Miller en París.

La colección Libro Amigo era una obra maestra del diseño. Libros que cabían en la mano, que estaban hechos a la medida del bolsillo, que podían acompañarte a cualquier parte. Libros que llevabas a todas partes, que eran amigos apasionantes, que podías leer tumbado en la hierba. Y tenían las portadas más sutiles, más artísticas. Se adaptaban a tu mano como amantes, como confidentes, con una ligereza apasionada. Qué decir de Scott Fitzgerald, del Hemingway para el cual "París era una fiesta", de las novelas policiales de Dashiell Hammett.

Y estaba esa colección de clásicos, baratísimos pero cuidados. Tenían introducciones amplias, cronologías, bibliografías. Al que concibió esa colección había que levantarle un monumento en cada ciudad de habla española. Las portadas eran ascéticas, en dos colores, de fondo blanco, pero te ofrecían el "Fausto" de Goethe por los mejores traductores, o el teatro de Víctor Hugo, o "Los endemoniados" de Dostoyevski. Esa colección llevó el espíritu a los más secretos rincones. Hizo que leyeran los que no podían pagarlo y que el espíritu soplara en las buhardillas.

Ahora todo son ediciones pijas en un mundo cada vez más pijo.

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

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