OPINIóN
Actualizado 20/02/2019
José Amador Martín

La ciudad en la noche es como una ciudad interior que vive en un sueño infinito de pertenencia, esta ciudad que no es de nadie y es de todos viven suspensa en los sueños de los que en ella habitan. La ciudad juega su papel con las sombras y la luz ilumina las cancelas de las puertas, también los pensamientos que vagan por la ciudad de la memoria.

La noche no sería igual sin la luz. La luz, por su amplitud, su versatilidad, y su movilidad sustancial y formal suele encontrar las condiciones privilegiadas para alcanzar, gracias a los juegos de las sombras, extraordinarios espacio de significación, ofreciendo las coordenadas idóneas y eficaces para capturar y expresar lo invisible e inaprensible del amor, de la esperanza y del deseo, de la indignación, del furor, del miedo.

La necesidad de iluminar nuestra vida cuando la luz del sol deja de darnos cobertura durante el día, es posiblemente el motivo por el cual la ciudad se reinventa transformándose en un espectáculo que maravilla a la ciudad de la luz debido a la luz artificial y sus diversas posibilidades.

La luz da lugar a conceptos creativos, y a diversas poéticas que se han nutrido del referente de la noche y la luz para expresarse según su concepción estética o argumental. Tal es el caso de tendencias que capturan la luz para convertirla en un elemento matérico en sí mismo que se transforma en pura esencia plástica y poética.

Nada como la noche en la ciudad para entender el significado de la luz. Otras manifestaciones artísticas necesitan fusionar la luz con otras materias o elementos objetuales, siendo ambos complementarios entre sí. En cualquier caso el elemento lumínico aporta un componente extraordinariamente rico al discurso arquitectónico de la ciudad ya que en ella se sustenta un elemento de apropiación del espacio como parte matérica, con una corporeidad tan intangible pero perceptible como es la luz.

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