OPINIóN
Actualizado 19/02/2019
Fernando Robustillo

En cierta ocasión preguntaron a un escritor y locutor de radio de dónde sacaba esos pintorescos relatos tan celebrados y que un día sucedieron en la Historia. La respuesta no tuvo ningún tipo de ironía o lirismo, fue diáfana como el sentir de un niño: "pa

"¿Cómo?", dijo el interlocutor sorprendido, "¡así cualquiera!".

En mi artículo de hoy, supongamos que este señor me lo permite, querría hablar de Van Gogh, y ante una pregunta como la señalada, debo decir que para poder hablar del pelirrojo albino -lo parece- he disfrutado de la muestra "Van Gogh Alive" que se expone hasta el 26 de febrero en el Círculo Bellas Artes de Madrid, y claro, como diría aquél, opinar después de haber asistido a la exposición, "¡así cualquiera!".

Vincent Willem Van Gogh es un pintor suficientemente conocido como para salir de los círculos de expertos en el arte pictórico. Y tanto lo es su vida como su obra. ¡Cuántos artículos no se escribirán al año del pintor de la oreja cortada! ¡Quién no conoce su triste final! Pero sobre todo que me diga alguien si alguna vez no colgó en su hogar, por ejemplo, una lámina de "los girasoles", de "la terraza del café de noche", de "la noche estrellada" o de la habitación del pintor.

El magnetismo de Van Gogh es tan fuerte que nos interesa a todos. Podemos hablar del Vincent errante, introvertido, ignorado -en vida no vendió ningún cuadro, aunque algunos libros digan que vendió uno cuando su obra consta de más de ochocientos lienzos-. Sólo una persona creyó en ésta: su hermano Théo, por quien, principalmente, pudimos conocer las explicaciones que Van Gogh realizó sobre muchas de sus pinturas.

Sin embargo, Van Gogh admiraba a los grandes del posimpresionismo -su tiempo- y se sentía inferior a ellos. Este fue el caso de Cézanne y Gauguin, por quien el pintor sentía verdadera admiración, siendo durante años su gran amigo; después, todos los estudios coinciden que el ataque de locura que le hiciera reaccionar cortándose la oreja tuvo origen en una discusión fuerte con Gauguin que puso fin a su amistad.

Para Van Gogh, la obra es un mensaje, una llamada de amor en el que todas las cosas tienen alma -las botas, las sillas, los girasoles, etc.- y esa alma la vemos en su pintura y sentimos como si la realidad tuviera una doble dimensión.

Justamente esto último, con el retorcimiento de sus pinceladas, todo en movimiento y unas dimensiones que ocupan una gran pared, o emergen del suelo, lo hemos visto recreado en la exposición multimedia en el Círculo de Bellas Artes. "Una experiencia multisensorial inolvidable", señala la hoja promocional de la "Grande Exhibitions". Brillantes coloridos amarillos -el color estrella de Van Gogh- en espigas que se mueven o en girasoles que se retuercen buscando el leitmotiv de su existir, inigualables cielos azules iluminados por la luna que pudieron ser un día imaginados por Van Gogh, pero si no fue así, seguro que sus plácemes serían comparables al emocionante asombro que nos ofrece esta exposición itinerante. "La más vista del mundo".

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