OPINIóN
Actualizado 04/02/2019
Rubén Martín Vaquero

Uno de los alquimistas más próximos a nosotros fue el obispo Lope de Barrientos (1382-1469), obispo de Segovia, Ávila y Cuenca, dominico, catedrático de la Universidad de Salamanca (del Estudio Salmantino), confesor de Juan II de Castilla y persona de confianza de Enrique IV en su infancia y juventud. Parece ser el artífice de la construcción de varios hospitales, entre otros el Hospital del Estudio de Salamanca (actual Rectorado), donde ya saben que en su crestería hay esculturas eróticas claramente visibles desde el suelo.

Lope de Barrientos tuvo fama de estrellero, alquimista y nigromántico si no miente la copla: "En cátedra de madera vi al obispo Barrientos con un dardo sin armientos que a predicarles saliera, y por conclusión pusiera que el que allí fuese a morir, él le haría subir al cielo sin escalera."

Según cuentan los historiadores Juan II de Castilla quiso desvelar en la estrellería el futuro que aguardaba a su hijo, el futuro Enrique IV de Castilla, y conociendo la fama de estrellero y alquimista del obispo Barrientos, después de que el obispo bautizase al príncipe y heredero le pidió que dibujase su carta astral y diseñara el horóscopo.

Por otra parte los mandalas o círculos románicos con la cruz y las letras alfa y omega hay que entenderlos como Dios del principio al fin, porque estas dos letras, primera y última del alfabeto griego, significan el principio y el fin de todas las cosas. La letra alfa también se puede interpretar como pájaro, o mundo superior, o compás, atributo del Dios creador (ej. masones, rosacruces, etc.). Y la letra omega como pez, o mundo inferior, o lámpara y fuego de la destrucción apocalíptica.

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