OPINIóN
Actualizado 02/02/2019
Julio Fernández

Profesor de Derecho Penal de la Usal

El próximo 26 de febrero se cumplirán 100 años del fallecimiento de Don Pedro Dorado Montero, que fue catedrático de Derecho Penal de nuestro Estudio y uno de los penalistas más importantes de habla hispana de nuestra historia.

Con independencia de los actos que la Universidad está preparando para el aniversario del centenario, esta semana hemos conocido una importante noticia: la Diputación Provincial de Salamanca, a iniciativa del grupo socialista, ha aprobado por unanimidad de todos los grupos políticos la colaboración con el ayuntamiento de Navacarros (localidad donde nació Dorado) para que se rehabilite su casa natal, un valor patrimonial que servirá para ensalzar y divulgar la vida y obra de este insigne jurista salmantino.

Sería deseable que también la Junta de Castilla y León, por mediación de la Consejería de Educación, se implicase en los eventos del centenario, además de apoyar alguna iniciativa cultural, turística y etnográfica que tenga vocación de continuidad en el tiempo y que sirva, también, para promocionar turísticamente el pueblo de Navacarros y la hermosa comarca de la sierra de Béjar. Se sabe que Dorado Montero se refugiaba todos los veranos en su pueblo natal y allí acudía a diario al huerto que estaba al lado de su casa, buscando la tranquilidad y el sosiego que, quizá, no encontraba en Salamanca.

Dorado Montero era hijo de labradores humildes, pero eso, afortunadamente, no le privó de estudiar el bachillerato, obtener una beca para entrar en el Colegio Mayor San Bartolomé y estudiar las licenciaturas de Filosofía y Letras y Derecho, obteniendo después el grado de Doctor por la única universidad española que entonces estaba autorizada para expedir este título académico: la Universidad Central de Madrid. Posteriormente, se trasladó a la Universidad de Bolonia donde conoció las nuevas teorías del positivismo criminológico de Ferri, Lombroso y Garófalo que luego unió a las del Krausismo español que inspiró a la Institución Libre de Enseñanza, de Giner de los Ríos. Con sus obras científicas, de las que destacan las "Bases para un nuevo Derecho Penal" y el "Derecho protector de los criminales", intentó plasmar la idea de que el delincuente es un enfermo social que necesita que la pena que se le aplique sea un tratamiento y, en consecuencia, suponga un bien y no un mal, para conseguir la corrección y la mejora; la resocialización, en definitiva. Hay que trabajar con el delincuente para que cuando salga en libertad sea un hombre diferente que se abstenga de cometer delitos y se reintegre a la sociedad en las mejores condiciones.

Lo pensaba y lo reflexionaba y explicaba a los alumnos con pasión, compromiso ético e ideológico y una entrega personal inigualable. Había que terminar con ese ancestral Derecho Penal de sangre y fuego que fue predominante en el Antiguo Régimen y había que hacerlo priorizando la corrección y la reforma del sujeto sobre el castigo, la retribución, la intimidación y la innocuización o encierro. Y lo hacía desde ese "socialismo utópico" que denominan algunos, o desde el "anarquismo utópico", que dicen otros, pero siempre con la firme convicción y respeto hacia el ser humano y la constante mejora de la sociedad. Corrigiendo al delincuente, tratando adecuadamente los déficit que le han llevado a la comisión del delito, se protege también a la sociedad frente al crimen.

Su pensamiento fue tenido muy en cuenta en la reforma penitenciaria, y la prestación de sus servicios a este fin le hizo merecedor de la Medalla de Oro, concedida por Real Orden de 21 de septiembre de 1915. Y, desde luego, fue precursor de la humanitaria política penitenciaria emprendida por Victoria Kent durante el primer periodo de la Segunda República y de la gran reforma del sistema penitenciario, avalada por García Valdés después de la dictadura franquista, que culminó con la vigente Ley General Penitenciaria de 1979 y sus reglamentos de ejecución (el primero, de 1981 y el actual, de 1996).

La Dirección General de Instituciones Penitenciarias, en el año 2004, tuvo el bonito detalle de designar con el nombre de Dorado Montero al Centro de Inserción Social (CIS) dependiente del centro penitenciario de Topas, que se ubica en el polígono El Montalvo de Salamanca y en el que están ingresados los penados clasificados en tercer grado de tratamiento penitenciario (a quienes se aplica el régimen abierto o de semilibertad) y se lleva la gestión de las penas y medidas alternativas a la prisión.

Emotivo fue el discurso que Unamuno pronunció en el cementerio civil de Salamanca el día de su entierro: "enterramos hoy, los ciudadanos de Salamanca, a este hombre civil, amigo, maestro y consejero de todos; a este hombre que trabajó por la redención de los delincuentes, porque sabía entender, mejor que nadie, aquéllos versículos de "no juzguéis para no ser juzgados, porque en la medida que juzgaréis seréis juzgados". Y lo enterramos en esta tierra sagrada y bendita, tierra bendecida y sagrada por los que aquí reposan, bajo el mismo cielo que a todos cobija, bajo su luz, que a todos nos ilumina por igual" y emotivo fue también el panegírico que de Dorado se hizo en el periódico "El Adelanto" por parte del cronista, el día siguiente del sepelio: "Recojamos el ejemplo de su vida y la enseñanza de sus obras, ya tierra, para hacerlas, dentro de nosotros, semillas que fructifiquen con ansias de libertad".

Merece la pena que las diferentes instituciones políticas y académicas (además de Universidad y Diputación que ya lo han confirmado), se impliquen en apoyar, con sus recursos, actividades que den a conocer y ensalcen la figura de este gran humanista, filósofo, penalista y criminólogo que fue Don Pedro Dorado Montero.

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