Que también puede tener uno pesares, anhelos y dolores por nuestra sanidad española, no meramente leonesa y castellana, y no manifestarse este sábado en Valladolid. Hay motivos para hacerlo y diversas formas de expresarse, cada cual como le parezca más coherente, justo o eficaz. Existen tantos dolores como dolientes, ya seamos trabajadores sanitarios o no, que usuarios de la sanidad somos todos y siempre potenciales pacientes.
Pareciera por el ruido, el aparato y el impacto mediático súbito de las últimas semanas que el dolor de sanidad es un dolor agudo, pero teniendo en cuenta que muchas de las actuales situaciones se veían venir y se llevan incubando años sería más preciso definirlo como un dolor crónico. Se han subido todos los peldaños de la escalera analgésica y ahora sólo queda mirar hacia atrás para lamentarse o aprender, hacia abajo para asustarse o resistir, o hacia el frente para proponerse un objetivo claro y empezar a luchar por él. Seguramente no puede ser construir más peldaños sobre la nada para seguir subiendo, sino hacer algo más que tratar el dolor, parchearlo y olvidarse del problema unos pocos meses.
El dolor de sanidad no excluye el dolor nociceptivo que el sistema encaja (o no) como puede. Este dolor a veces es somático, bien definido, pero otras visceral, incluso referido y más arduo de abordar. Viene de fuera, en forma, por ejemplo, de envejecimiento de la población, de su edad media, aunque la elevada esperanza de vida es algo necesariamente positivo y fruto también de una buena asistencia sanitaria. Más mayores, más cuidados, un nuevo reto. Junto a ello, la dispersión de la población, característica de León, de Castilla, de Aragón? "la España vacía", que Dios guarde muchos años y proteja de salvadores como el alcalde de Valladolid. Otro reto: atender a los españoles que viven donde quieren porque es su derecho y no donde el excelentísimo señor Puente o quien sea les dice que tienen que vivir.
El peor de los dolores de sanidad es el dolor neuropático, ensalzado en tantas ocasiones por los vicios y aberraciones del propio sistema, sus agravios, sus tinieblas, sus recovecos. Esas bolsas de empleo donde no sabes qué puesto ocupas, esas plazas vacantes que misteriosamente no se cubren y no por falta de médicos aspirantes, esos colegios profesionales parasitados por sindicatos, esas plataformas ciudadanas copadas por partidos, o esa burocracia que desconcierta hasta el extremo: esta semana he presentado a una parte del Sacyl con sede en León una certificación expedida por una parte del Sacyl con sede en Zamora a petición de una parte del Sacyl con sede en Valladolid. Esas son las bondades de la mitificada descentralización, y póngase a cubierto quien ose desmitificarla. O lo mismo no hay que hacer nada especial, si como aseguran los colegios de Enfermería no hacen falta más médicos en la Atención Primaria.
Claro que duele la sanidad a los que hoy no nos manifestamos en las calles. El dolor urente que produce quemazón al ver que las soluciones propuestas no son claras, presupuestadas y viables en muchos casos. El lancinante de la marabunta de instancias, comisiones y grupos de trabajo sin traducción en medidas concretas. El sordo de las bajas no cubiertas, de los permisos no sustituidos, de las consultas acumuladas? día tras día. El transfixiante de las demoras en las citas, de las listas de espera prolongadas, y el opresivo de los diagnósticos que se retrasan y el tiempo que se pierde. El cólico de las horas esperando el ingreso en urgencias o el pulsátil de los turnos extenuantes con escasez de personal. El dolor errático de no saber muy bien qué hacer ante un problema que todos reconocen sólo en parte y ninguno accede a descartar como apetecible arma arrojadiza.