OPINIóN
Actualizado 21/01/2019
María Jesús Sánchez Oliva

El hombre desde que existe en la faz de la tierra ha cambiado de lugar geográfico en busca de mejores condiciones para sobrevivir, establecerse y tener una mejor calidad de vida. Esto es un instinto. En la actualidad el ser humano se ha constituido en países, ciudades y poblaciones y ha elegido gobiernos. Desafortunadamente la maldad ha crecido a la par, alcanzando límites asombrosos y la lucha por poder y supremacía, lo ha hecho explotar, agredir, humillar, herir o matar a sus congéneres.

Así las cosas las personas comenzaron a huir de lugares y situaciones que les son cada vez más hostiles, amenazando el bienestar y la vida de personas o grupos de personas.

Los países que han recibido a los migrantes lo han hecho generosamente, pero el número de personas que huyen ha aumentado exponencialmente causándoles problemas económicos por supuesto, sociales, religiosos, y hasta políticos; éstos últimos de tal magnitud que hay que recordar que fue una de las causas de la separación de Inglaterra de la Unión Europea y la hecatombe del PSOE en Andalucía, y si volvemos los ojos hacia otros países, vemos que no es un problema de Europa, que es un problema universal.

Veamos:

En noviembre de 2018 grupos de población procedentes de Honduras, El Salvador y Guatemala anunciaron que caminarían desde sus países a Méjico. Así lo hicieron, en grupos cada vez más grandes. La entrada a Méjico y su desplazamiento se llevó a cabo de forma ilegal con la complacencia del Departamento de Migración, por lo que el número de personas que entraron se desconoce pero se habla de entre ocho mil y diez mil, eso si acompañados de representantes de autoridades nacionales e internacionales de derechos humanos.

Los grupos que caminaron desde sus lugares de origen están conformados por adultos de ambos sexos, algunos niños y mujeres embarazadas con no más de una muda de ropa, con vestimenta inadecuada para el clima del centro y norte del país, en estado de desnutrición, deshidratación y malas condiciones de higiene.

El motivo de la migración era llegar a la frontera Sur de Estados Unidos, en busca de trabajo y una mejor calidad de vida.

El pueblo de Méjico, sobre todo las clases sociales más humildes, mostraron su benevolencia y solidaridad proporcionándoles ropa, comida y agua.

Como la distancia del sureste hasta el norte de Méjico es muy larga, el gobierno y las organizaciones de derechos humanos les proporcionaron transporte. Algunos grupos llegaron a la frontera con Estados unidos y violentamente trataron de ingresar allá, pero El gobierno de Donald Tromp ya había desplegado un gran dispositivo de seguridad y fueron recibidos con balas de hule y gases lacrimógenos, regresando a Méjico en malas condiciones y necesitando ayuda médica.

Los estados fronterizos ven invadido su territorio y tanto ellos como el gobierno Federal consideran oneroso proporcionarles alimentación, lugares para dormir, algunos consistentes en solo carpas y el invierno se aproxima y los frentes fríos comienzan con nevadas y temperaturas muy bajas.

El gobierno de Méjico ha tratado de prestar ayuda humanitaria, pero se ha echado un problema a cuestas.

Los estados fronterizos se han visto afectados, los gobiernos municipales no tienen presupuesto para dar de comer a tantas personas por tiempo indefinido, muchas personas viajan diariamente a Estados Unidos a trabajar o llevar a cabo actividades comerciales, a estudiar, etc., y el cierre parcial o total de la frontera constituye un trastorno muy grande que afecta sus vidas y trabajos produciendo hostilidad para con los invasores.

Ante este problema universal, surge una pregunta: ¿Cómo va a acabar esta historia? De momento sólo sabemos como ha empezado.

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