OPINIóN
Actualizado 14/01/2019
Francisco López Celador

Una vez finalizado el recuento de votos de la reciente consulta andaluza, los diferentes partidos concurrentes extendieron su tenderete y comenzaron ya a vender las soluciones mágicas para el momento. Toda una cohorte de predicadores se esforzó en ponderar los productos propios y censurar los ajenos. Así hemos aguantado un mes de sermones cansinos, muchas veces deshilvanados y falsos, con una clara finalidad: reunir adeptos para ocupar un sillón cuya titularidad no estaba asegurada. Como dice el refrán castellano, estábamos en la hora de predicar.

Ahora que resultan anticuados los conceptos políticos de derecha e izquierda - aunque ignoro la razón por la que ser de derechas tenga que estar peor visto que ser de izquierdas-, diremos que, por primera vez en casi cuarenta años, la suma de votantes andaluces progresistas ha resultado menor que la de liberal-conservadores. Haberse roto esa prolongada tendencia debería ser motivo de reflexión, sobre todo para los que han perdido la hegemonía. Si en todo ese tiempo han sido incapaces de sacar Andalucía del pozo que la ahoga, no deben buscar culpables en el bando contrario. Han presidido la Comunidad con gobiernos centrales de todos los colores, incluido el suyo, y ha llegado el momento en que el andaluz de a pie se ha cansado de seguir en la cola.

Es un momento crucial para todos. Penoso para los que ven evaporarse la potestad de hacer y deshacer a su antojo una política trufada de corrupción, ajena al más elemental control y empecinada en no colaborar con la justicia cuando se hacen públicos sus desmanes. Delicado para quienes deban tomar el relevo y no quieren defraudar a sus votantes. Unos y otros han tardado muy poco en poner sus cartas al descubierto. Aquellos que no esperaban el sorpasso conservador, al ver cómo se evaporan las pingües nóminas de no pocos allegados y la posibilidad de endosar dudosas partidas a papá Estado, han tocado a rebato, antes incluso de conocer contra qué y contra quién deben dirigir sus protestas. Los que se ven abocados a ocupar ese poder que tanto tiempo se les ha resistido, porque la sorpresa los ha encontrado desprevenidos y, en momento tan trascendente, lo primero que han hecho ha sido practicar con el juego de la silla vacía.

Ya ha pasado el tsunami. Unos deberían estar haciendo recuento de los daños sufridos y los otros estudiando la forma de restaurar los desperfectos. Pues nada de eso. Que la izquierda dé muestras de no saber encajar las derrotas, es algo que, por desgracia, ya es costumbre arraigada. Nadie se imaginaría un "cordón patológico" rodeando el Congreso de los Diputados, como protesta contra el nombramiento de un Presidente del Gobierno con tan sólo 84 diputados. Tan demócrata y legal fue esa investidura como la que tendrá lugar este mes en Sevilla. Sin embargo, los profesionales de asaltar por la fuerza lo que no consiguen con las urnas, ya tienen anunciado su "numerito" para ese día. Independentistas, complacientes con el terrorismo y partidarios de acabar con el régimen del 78, con cuyos votos han instalado a Sánchez en la Moncloa, son los mismos que ahora se rasgan las vestiduras cuando un partido, más leal a nuestra Constitución que los suyos, apoya el desalojo de quienes, viviendo a cuerpo de rey, han esquilmado y menospreciado al pueblo andaluz. Lástima de PSOE, que pierde a borbotones su esencia democrática, permitiendo que un resentido advenedizo le lleve de cabeza a ser meramente testimonial. Ni los llamados barones con solera, que ya consiguieron pararle los pies, han sido capaces de reconducir la situación. El desmedido apego al sillón acaba apagando los arrebatos grandilocuentes. ¡Ay! En este caso, bien podíamos decir: más vale barcos sin honra?

.Buena parte de ese cortejo de ofendidos por el pacto que hará posible el gobierno en Andalucía, en el fondo y en la forma, ni son demócratas ni quieren serlo. Son seguidores de la ley del embudo. Cuando se les llena la boca con la palabra fascista, no se dan cuenta que se están autodefiniendo

Volviendo al refrán que da título a este comentario, se ha terminado el tiempo de predicar y ha llegado el momento de dar trigo. El péndulo ha acabado escorándose a la derecha y esa Comunidad será un buen escenario para comprobar los efectos de políticas con distinto sello. Lo que suceda con Andalucía a partir de este momento influirá muy directamente en futuras consultas electorales. De nada vale haber llegado hasta aquí si el tratamiento que se aplica al enfermo no consigue el efecto deseado. De momento, los responsables políticos que deben ponerlo en práctica, se están mirando de reojo y, visto desde fuera, parece que más que un gobierno monolítico, se está entronizando a un testaferro, dirigido a distancia desde tres oficinas que manejan fórmulas distintas. Y, lo que es peor, antes de empezar, ya se está ninguneando a quien debe proporcionar la llave de la empresa, y éstos, a su vez, amenazando con propiciar el cierre patronal. Mal empezamos. Hay que remangarse para no defraudar, y eso supone servir a los demás, no servirse de los demás. Aparcar los matices particulares de cada partido porque, en el fondo, los que os han votado no esperan veros enzarzados en las formas y sí unidos en el fondo. Os espera una tarea nada fácil, y si pensáis en vuestro partido más que en el ciudadano, ninguno llegaréis muy lejos.

A lo largo de nuestra historia más reciente, la alternancia en el poder siempre ha tenido el mismo desenlace: después de un periodo, más o menos largo, de gobiernos "progresistas" empeñados en gastar más que lo que se recauda ?a pesar de aumentar al máximo la presión fiscal- e hipotecando el futuro de varias generaciones, llega al poder un equipo más conservador que debe sudar tinta para reconducir el estropicio, De esto que suena a macroeconomía, quienes más nos pueden enseñar son las amas de casa, Saben establecer prioridades, suprimir los gastos superfluos, y sobre todo, no hacer distinciones entre ninguno de sus hijos. También procuran llevarse bien con los vecinos para ayudarse mutuamente. Muchas veces no resulta tan sencillo porque las hipotecas o las deudas heredadas exigen sacrificios. Eso mismo espera a los andaluces. Cuando el hogar sale del apuro, siempre supone un aumento de la felicidad y del bienestar.

Sé que lo anterior no quieren admitirlo los políticos aludidos, aunque, en su fuero interno, muchos de sus votantes sí que lo reconocen.

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