OPINIóN
Actualizado 13/01/2019
Eusebio Gómez

San Lucas sigue muy de cerca al relato de Marcos, pero añade dos detalles interesantes: 1. Jesús se bautiza, «en un bautismo general»; con ello sugiere la estrecha relación de Jesús con las demás personas; 2. La venida del Espíritu tiene lugar «mientras oraba». Lucas se atiene a los dos elementos esenciales: el Espíritu y la voz del cielo. Jesús no podría entenderse si no fuera por la «acción» del Espíritu. El mismo Jesús dice a Nicodemo: «Hay que nacer de nuevo» y «Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es «Espíritu». Cuando hablamos del Espíritu en el Antiguo Testamento, estamos hablando del mismo Dios como energía, como vida.

En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto» (Lc 3,15-16.21-22). La voz que se deja oír sobre el Jordán, «Tú eres mi Hijo amado», marca en cierta forma la aparición oficial de Jesús en la tierra de Israel y sintetiza toda su existencia y misión. Las palabras que el narrador dice que fueron escuchadas, pero no aclara por quién o quiénes son: «Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» nos recuerdan dos textos con sentido muy distinto. El Sal 2,7: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy», e Isaías 42,1: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero». Lucas quiere evocarnos las dos ideas: dignidad de Jesús y salvación a través del sufrimiento.

Nosotros también somos hijos muy amados de Dios. ¡Ojalá nunca lo dudáramos!

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