OPINIóN
Actualizado 12/01/2019
Ángel González Quesada

La noticia de que la publicación de libros de filosofía se ha reducido en España en casi un 70% en los últimos años, cuya causa (¿o consecuencia?) buscan editoriales y libreros, en absoluto debería sorprender en un país en caída libre en la trivialidad argumentativa, la chabacanería de pensamiento, la simpleza del debate y la flagrante incultura. Que sea la consecuencia (o la causa) de este descenso en el interés por la filosofía (es decir, por el uso de la inteligencia) la dolosa terquedad de los gobernantes (todos) en despojar a la ciudadanía de cualquier elemento de reflexión crítica, importa menos que la molicie intelectual y la vagancia en el razonamiento que los partidos políticos han sembrado con toda intención, abonando y cosechando en forma de votos durante lustros un panorama general de ordinariez y tosquedad volitivas. Con la anuencia, también, de unos medios de comunicación más atentos a sus audiencias y cuentas de resultados (y a llenarse la boca con su gregario "sagrado deber de informar"), que a ejercer como contrapesos críticos de un poder siempre orientado a su propio interés, que cristalicen hoy realidades como ese partido político ultrareaccionario en Andalucía (de cuyo nombre no voy a acordarme), que amenaza con volver a lo más oscuro del franquismo, no es sino el efecto de haber convertido durante muchos años la enseñanza y, sobre todo, la educación, en una (falsa) moneda de cambio político.

Sin entrar en el desprecio que la filosofía (y la Filosofía) ha sufrido siempre por parte de los gestores de la enseñanza en España (con matices más o menos cruentos dependiendo del sesgo ideológico de cada gobernante, el talante de cada ministro, el tiempo disponible de cada director provincial, las ganas del jefe de estudios de cada centro o, acaso, el horario del conserje, pero siempre con un cariz burocrático paralizante y un pavoroso desconocimiento y desapego culturales), la verdad es que los programas de enseñanza de la filosofía (es decir, de las herramientas para pensar) adolecen todavía de una suerte de escolasticismo comentador de textos, cuya difícil inteligibilidad repele a jóvenes cuyos lenguajes y modos de vida (y espacios de interés) están muy lejos de las literalidades especulativas en que, con dudosa formación adecuada de los profesores (ésa es otra), se basan las formas que hoy se usan en universidades e institutos de enseñar, transmitir y evaluar la filosofía,.

El antídoto contra el mecanismo de manipulación del pensamiento que utiliza el fascismo es el pensamiento crítico, el cuestionar sistemáticamente las premisas sobre las que se apoyan las creencias que nos quieren imponer, y así evitar los sesgos emocionales y cognitivos que nos impiden analizar la validez de lo que hacemos... o votamos. Que estemos hoy amenazados por la irrupción del fascismo en las instituciones, no es sino consecuencia directa de la ausencia de reflexión crítica de quienes con su voto propician que el extremismo arrumbe los derechos conseguidos. Que el voto se incline por quienes amenazan el ejercicio de la libertad, la práctica del humanitarismo y la igualdad real, es el efecto de la falta de uso personal del pensamiento racional, del desprecio de la conciencia del otro y del desdén por el altruismo. Que se mezclen con los justos los indignos y con la decencia la inmoralidad, obedece al abandono en manos ajenas del cuidado de nuestra honorabilidad. Que vayamos a volver a cerrar los ojos ante el sojuzgamiento de las mujeres, despreocuparnos de su desigualdad, ignorar su secundariedad, despreciar sus prisiones y resignarnos a sus muertes, es la horrible secuela de no pensar, el corolario de la vagancia mental y el resultado de la boca abierta. Así que podemos concluir que ésa tal vez sea la consecuencia (¿o quizá la causa?) de que se haya reducido en España en casi el 70% la publicación de libros de filosofía.

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