OPINIóN
Actualizado 11/01/2019
Mercedes Sánchez

Ha acabado un año que ha podido ser bueno, malo o regular, depende de para quién, pero lo que está claro es que esta Universidad, de esta Salamanca Dorada y Culta, ha cumplido 800 calendarios. De algunos de ellos hemos disfrutado algunos de nosotros. Gran privilegio. Pasear por las calles y plazas nuestras mentes, iluminadas por su faro de sabiduría, recién creados en ellas lo que ahora se llamarían conflictos cognitivos, e ir caminando con la incertidumbre al hombro, con el debate entre compañeros, con el dar vueltas y vueltas a este y aquel trabajo mientras se daban vueltas y vueltas al azúcar del café, noches de estudio e insomnio.

Buen lugar, la Universidad, por fuera y por dentro, buena experiencia para muchos de nosotros, oportunidad de madurar en aquello que soñábamos aprender y que fuimos amando cada vez más hasta llegar a nunca hubiéramos imaginando tanto amor.

Fue cambiando todo, entonces, en todas las universidades, fueron cambiando los profesores, fueron cambiando las normas, fueron cambiando los alumnos? y las alumnas, a las que sus padres dieron la oportunidad de ser también merecedoras de sentarse en sus pupitres, padres y madres que tuvieron claro que los hijos e hijas merecían el mismo lugar de formación.

Y así salieron generaciones de personas que, a su vez, sembraron en la sociedad, crearon inquietudes, hicieron su camino ayudando a que otros construyeran el suyo.

Las universidades también se incrementaron y se acercaron mucho más a la puerta de más personas.

Con el tiempo, hemos ido siendo testigos de la evolución de esta bella Universidad, de su crecimiento, de sus ramas de saber extendiéndose en el cielo, multiplicando sus brotes, de su eco, y de sus numerosos actos y fastos como cumplidora de ochocientos años.

Al tiempo que las universidades florecen y hacen florecer, palidecían los titulares, las declaraciones de unos y otros, y la bulla iba llegando a esos lugares en los que se ve si hubo atajos, se enseñan las pruebas, se cotejan los indicios y se valora quién tiene la razón, si aquello es delito o no, si hay condena.

A la universidad española actual parece que le falta un pequeño detalle, seguramente, entre otros: completar el ciclo. Cuando hay una fábrica de producir algo, lo primero es saber qué y por qué y luego, para qué, y a dónde.

Parece que cuando se acaban los estudios, -a veces los másteres, a veces los doctorados-existe una máquina expendedora que lanza a cada recién graduado fuera de España. Y, aunque las opciones son variadas, frecuentemente son países europeos los que se nutren de la mayoría de nuestra juventud más cualificada. Alguien dijo, alguna vez, en algún medio, que era por su espíritu aventurero y sus ganas de viajar. No opinan así las personas, chicos y chicas, que han tenido que abandonar su país, el nuestro, para convertirse en migrantes en países ajenos. Tan sólo para tener trabajo, un trabajo al que todo ciudadano en edad de trabajar tiene derecho. Tan sólo por un salario digno que en su país de origen, el que les formó, se les ha negado reiteradamente desde hace años -los que algunos apellidan de crisis-. Gran parte de esta generación que es la más cualificada de la historia de nuestro país, ha venido a pasar unos días de Navidad con sus familias. Y han vuelto a hacer las maletas para volver a producir y a pagar sus impuestos en un país que no es el suyo.

Entre mis mejores deseos para 2019 está que cada joven cualificado para un oficio o profesión tenga aquí un trabajo acorde a su formación. Un lugar en el mundo laboral, un salario digno (¡qué menos!). No hay nada más triste que un joven sin futuro.

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