OPINIóN
Actualizado 09/01/2019
Manuel Alcántara

Tiempo para ponerse al día de lecturas atrasadas que no se requieren directamente para las clases y cuyo contenido se aleja de la ficción adictiva. Asuntos que siempre han llamado mi atención con otros de novedosa actualidad. Entre los primeros, Ideas comprometidas. Los intelectuales y la política, un libro editado por dos colegas que pronto vendrán a Salamanca para presentarlo: Maximiliano Fuentes y Ferrán Archilés. Un repaso al compromiso intelectual como armadura de quehaceres dispersos durante el siglo corto que supuso el lapso configurado entre la Gran Guerra y la caída del Muro. Diversas épocas de colaboración, denuncia, ocultamiento; de sueños quebrados y narcisismos confrontados poco atemperados; de lucha por la libertad y la democracia o de asaltos al cielo. La liberación nacional, el fin del autoritarismo, la revolución mundial, el feminismo, el ecologismo. En medio, los portadores de la palabra, los intérpretes del devenir colectivo, los clérigos instruidos finalmente secularizados. La política de masas demandante de que alguien asuma una incierta obligación contraída, un compromiso seglar salvador. Un tiempo acabado.

Firmas vicarias de manifiestos minuciosamente elaborados donde lavar la conciencia o salvar los muebles del incendio. Encabezamientos de marchas callejeras portando pancartas reivindicativas arropados por la gente que extrañamente se identifica con una bandera. El ahora pequeño intelectual es una pieza extraña en el devenir de la historia, un juguete roto que ni siquiera sirve como adorno. Pretende convencerse de que su voz va a estar acorde al sentir de los tiempos cuando el alza de la reivindicación de la identidad nacional así se le demande. La llamada de la tribu puede ser la última oportunidad de significarse en la plaza pública. Unir su nombre al de otros, poner el hombro en la quimera grupal para resaltar que no es un individuo aislado, un ser de otro tiempo ajeno a lo que, le dicen, está pasando en el país, al momento histórico de la (re)construcción de la patria. De nada sirve que no crea en ese galimatías de sensibilidades trascendentes, de esas peticiones de hermandad; ni que le asuste la lógica nefasta en que se construye la vida en la confrontación amigo enemigo.

Adherirse a una carta multitudinaria redactada por colegas que denuncian inexactitudes, medias verdades o incluso falsedades vertidas por una misiva al presidente del gobierno de diferentes asociaciones nacionales anglosajonas de Ciencia Política a propósito del procés es una opción que se me presenta y que declino. Descubro en mí, una vez más, la aversión a la acción colectiva, pero también la inutilidad del bienintencionado hecho rimbombante de la proclama pública, el significado perverso del exabrupto en la senda de incrementar la polarización, la evidencia de la incapacidad de realizar mediante ese aparente signo modesto cualquier proceso deliberativo, la utilización por no importa que jugador de fortuna de mi nombre en un contexto de múltiples aristas. ¿Cómo permanecer ausente de algo que, aun pareciéndome trascendente, supone un asunto que no controlo y en el que la feria de las vanidades encanalla cualquier solución racional?
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