OPINIóN
Actualizado 02/01/2019
José Amador Martín

La vida es una ciudad con un sin fin de calles,
con sus jardines, que traspasan los sueños de las flores;
camino por ella y la veo, me veo en la transparencia
de un poema, por escribir, que tiene su principio,
como la ciudad, en el que estuvo también, la sombra.

Las palomas nacen como una resurrección
al alba, después de largas noches encendidas de palabras
en las que la ciudad es un poema que enjuga soledad
con la espuma entre las manos en el mar de las navegaciones.


Y la ciudad se construye entonces con el sueño y la memoria
con el amor y el odio y un sueño de amor y transparencia,
y al igual que un poema, con el llanto de los ojos
al iniciarse los días de la esperanza en la contemplación
del aire silente que pasa por los parques
y vive la fiesta de los pájaros y el sueño de las flores.

Y como los ojos del poeta, las torres de la ciudad son los testigos
de aguaceros y soles, de albas y crepúsculos
y como los amores que no regresan, si la mirada no vuelve
la ciudad es un otoño de árboles desnudos, de calles solitarias,
como un poema cargado de soledad y de tristeza
repleto del duelo del frío de los árboles y las estatuas solas.

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