CARTAS DE LOS LECTORES
Actualizado 24/12/2018
Enviado por Jacqueline Alencar

Hace algo más de dos mil años, Dios escogió a María, una jovencita sencilla y humilde, que seguro no pertenecía a "la flor y nata" de la sociedad de su época ni era detentora de las más grandes fortunas, ni era la más chic de su entorno, para albergar en su seno a Jesús, su Hijo. Y Dios no cesa en mostrar que se decanta por lo sencillo y humilde. José y María van a Belén para censarse, realizando un duro viaje, para luego tener que hacer cola como cualquier hijo de vecino, sin tráfico de influencias. Y para colmo, no había vacantes en las pensiones, pues seguro que no podrían haber pagado un 'cinco estrellas'. Y dale con la humildad. Pero si era el Hijo del mismísimo Dios quien iba a nacer, el Rey que todos esperaban. Pues lo único que encontraron fue un humilde establo, sin más compañía que la de algunos animales. Y seguro que Dios no estaba en contra de los que vivían cómodamente, ni gozaban de prosperidad; pero desde ya nos estaba diciendo que su Hijo venía para vivir una vida a contracorriente, que no tenía nada que ver con la que todos creían era la ideal. Tanto es así que no creyeron que ese Jesús, que luego andaría con los desechados y marginados, y con todos los que quisieran escucharlo, fuese el Mesías esperado.

Y yo me pregunto si hoy, sabiendo lo que sabemos, caeríamos en el mismo error.

Para rescatar al hombre, Dios se igualó a él. En semejanza al hombre, pero íntegro. Sintiendo lo mismo: hambre sed, dolor... No, no podemos llegar a entender, ni a igualar, por el momento, pero lo sabemos. Entonces no hay excusa de ningún tipo que valga para justificar nuestra ingratitud si la hubiere. Ingratitud al no querer asemejarnos al Hijo como Él hizo, continuar con la misión que Él puso en marcha. "Quien siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo [...] se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!" (Carta a los filipenses 2.6-8).

No es tarea fácil. Y como pongamos nuestra confianza en esfuerzos humanos, estaremos perdidos. Debemos decir como el apóstol Pablo: "Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo Jesús?". Y me pregunto: ¿participo en sus sufrimientos? Y ya no hablo de muerte de cruz, sino de sacrificarme por la unidad; por sacrificar un bocado en favor del hambriento; sacrificar mi posición, si la tuviere, para ser siervo.

Sólo así podremos ser ejemplo en medio de una sociedad sumida en el desconcierto, que busca ansiosa una luz intensa que ilumine su camino. Donde reina la idolatría y la falta de unos valores que nos salpican. Vosotros no actuaréis como así, dijo Jesús (parafraseo). Tenemos una misión que cumplir. Implica amar, perdonar, sacrificar, SERVIR, dedicar, aunque a veces toque perder algo, o mucho. Él dijo que el que decidiera seguirle tendría que tomar su cruz primero. A veces toca dejar cosas por el camino, y algunas duelen, y cómo. Pero esta causa y este amor lo re-llenan todo. Inunda todo nuestro ser. Y puedes brillar en medio de la oscuridad. Puedes sonreír en medio de las lágrimas. Y puedes pensar en el otro. Currar por amor. Llegar a ser voces proféticas que claman por el verdadero ayuno. En esta Navidad perenne para los corazones transformados, que conforman un nuevo pueblo, donde todos claman. Allí, ya no hay soledad.

Señor: que esta Navidad no se acabe, que dure traspasando fronteras de tiempo y espacio. Que se expanda sin límites. Que sea un obstáculo para la sinrazón, la injusticia, la incomprensión la no-compasión. Que dure mientras esperamos con Esperanza de un futuro glorioso. Una utopía con garantía.

Gracias por el pan que compartiremos con otros en nuestra mesa esta noche. Noche de Paz, Noche de Amor. Celebrando el cumpleaños del Hijo. Él garantiza la comunión. Ya no hay soledad... Mientras, le esperamos. Que no tarde...

Texto y foto: Jacqueline Alencar

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