OPINIóN
Actualizado 21/12/2018
Juan Robles

Algo más que una celebración de castañuelas y panderetas, de villancicos, luces, turrones y cenas de grupos o empresas

33 El Musical

Belén, la ciudad del pan, según las Escrituras, es el lugar donde nace, según la creencia cristiana, el esperado Salvador de todos los pueblos. Es el lugar donde nació el hijo de María y de José, el Mesías que esperaban todos los creyentes de Israel.

Hoy, después de más de dos mil años, seguimos esperando al Dios de Israel, al Dios hecho Niño, que llegaría después, desde la cruz, a ser el Salvador de todos. Y nosotros entre ellos. La Navidad es, entonces, la conmemoración de aquel nacimiento en Belén hace más de dos milenios.

Es, pues, algo más que una celebración de castañuelas y panderetas, de villancicos, luces, turrones y cenas de grupos o empresas.

Quedan menos de ocho días para la celebración de ese acontecimiento trascendente. Pero toda la parafernalia que nos rodea da la impresión de que las fiestas han llegado ya, y de que lo que importa son las celebraciones, los turrones, los whatsapps, las tarjetas de felicitación, los buenos deseos de felicidad, para los próximos días y para el año que viene.

Si no esperamos al Salvador que llega, ¿cómo podemos cantar "Pastores a Belén, vamos con alegría", si ya estamos donde pensábamos llegar? O ¿"Vamos, pastores vamos, vámonos a Belén"? ¿O "Hacia Belén va una burra, rin rin"?

Si el Niño ya está en los, cada vez menos Belenes, que se montan en nuestras casas o en nuestras instituciones civiles o parroquias. Celebramos la Navidad con cenas, misas u otros eventos, y montamos las luces en nuestras calles y plazas con un mes o más de adelanto, y centramos el éxito de nuestras fiestas en la abundancia y la amplitud de nuestros regalos.

¿Celebramos la venida del Salvador de nuestro mundo desquiciado o nos contentamos con las felicitaciones laicas y los buenos deseos de paz? ¡Qué lejos quedan nuestras fiestas navideñas de aquel sentido de fe que recordaba y celebraba la entrada en la historia del Niño que trajo la salvación y la esperanza de vida eterna para cuantos creen en Él!

¿Habría posibilidad de volver a la celebración y el recuerdo del maravilloso misterio, al menos por la creencia de los cristianos, dispuestos a liberarnos del sentido consumista de estas fiestas, tal como la propaganda nos las presenta?

¿Se podrá volver a celebrar la noche de paz como auténtica noche de Dios? ¿Con la Misa del Gallo en la noche santa y el cántico del aleluya y los villancicos con la adoración del Niño Dios en el día de Navidad?

¡Qué lejos quedan nuestros sentimientos juveniles y las celebraciones de fe de los tiempos de cristiandad! Sin desear volver a aquellos tiempos anteriores al Concilio Vaticano II, que nos obligó a atemperar nuestros ritos y celebraciones a los tiempos modernos, cercanos al pensamiento y las expectativas de los hombres de nuestro tiempo.

¿Podremos seguir esperando, allanando los caminos como los profetas nos apremiaron a hacer, para que el capitán guerrero, ganador de mil batallas, envuelto en pobres pañales, pueda llegarse hasta nosotros y colmarnos de expectativas de mejoramiento para nuestro mundo?

Venid, fieles todos, entonando himnos, al Rey de los cielos venid y adorad. Felices días.

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