Todo convertido en pura técnica, en máquinas y más máquinas. ¿De verdad alguien cree que eso es un mundo mejor?


OPINIóN
Actualizado 20/12/2018
Antonio Costa Gómez

Yo uso la técnica como un instrumento, igual que uso el cuchillo de cocina o el sacacorchos. Pero no se me ocurre absolutizar el cuchillo y convertirlo en un dios, hablar todo el día de él. Pasarme todos los días buscando nuevos modelos de cuchillos. Ni creer que todo en el mundo es un problema de cuchillos.

Pero sí hacemos eso con la técnica. La convertimos en un absoluto. Creemos que todo en el mundo es un problema técnico, que todo lo resolverá la técnica. La convertimos en la panacea universal, en el nuevo dios. Las tiendas de aparatos son las nuevas iglesias. Y hay un fervor fanático en ellas. Nadie quiere saber nada de otra cosa.

Es la nueva religión o es la nueva barbarie. Porque ya nadie quiere saber nada más que de aparatos. Toda la cultura desaparece al lado de los aparatos. Los integrismos son terribles, pero la tecnolatría es el nuevo integrismo. No hay salvación fuera de la técnica. Lo decía un gerifalte hinchado hace poco en los periódicos: estudiar algo fuera de la tecnología es perder el tiempo.

¿Qué será del mundo convertido absolutamente en pura técnica, en nada más que técnica? ¿Qué será de la música de Chopin, de los susurros al amanecer, de las conversaciones de los pájaros, de las pasiones de van Gogh, de las melancolías de la abuela, de los pataleos del niño? Todo convertido en pura técnica, en máquinas y más máquinas. ¿De verdad alguien cree que eso es un mundo mejor?

¿Salvar la vida, salvar el hombre, es algo anticuado, retrógrado? ¿Somos gilipollas todos los que preferimos hablar con una persona libre y no con un robot programado, charlar con alguien que está a nuestro lado en lugar de hablar por el móvil de la millonésima generación con tropecientas aplicaciones?

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

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