OPINIóN
Actualizado 17/12/2018
Rubén Martín Vaquero

Las condiciones de vida de los colectivos populares en siglos pasados fueron penosas, teniendo que recurrir los más desdichados a las instituciones de beneficencia. El atropello fue especialmente grave en las mujeres, por lo que aparecieron los primeros movimientos reivindicativos feministas con Concepción Arenal.

Las principales diferencias respecto a otras clases sociales fueron la pobreza y el analfabetismo. Su protagonismo político se redujo a levantamientos o irrupciones violentas, breves y periódicas. Hijos y herederos de las crisis de subsistencia demandaron encolerizados sus derechos políticos y sindicales y, en ocasiones, el fin de alguna medida antipopular como la desaparición del sistema de "cuotas" del ejército.

Su acceso al voto con el sufragio universal masculino no resultó tan determinante como se esperaba, por la manipulación que hicieron de las elecciones los partidos del turno. La desaparición de los gremios dejó desamparados y rotos a los artesanos, que en una epopeya anónima tuvieron que abandonar la rutina de sus talleres y colocarse como obreros en las nuevas fábricas.

Excepto en aquellos sectores en los que la industrialización fue difícil, no pudieron mantener sus tradicionales formas de vida porque el sistema de producción en cadena los arruinó. Otros procedían de pueblos y aldeas que abandonaron en busca de una mejor forma de vida en las ciudades. Analfabetos y sin cualificar, solo pudieron ofrecer en el mercado laboral el caudal de su fuerza de trabajo.

Sintiéndose estafados, se hacinaron en los suburbios, en barrios formados por chabolas de autoconstrucción, sin ningún tipo de servicios higiénicos, donde las enfermedades infecciosas ?tifus y cólera- se cebaban con ellos, ayudados por una flaca alimentación de pan, legumbres y patatas.

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