Hermann Hesse deslumbró a varias generaciones con una obra que fue una pieza clave en la educación sentimental de muchos. Si bien el escenario que se vivía en Alemania al final de la década de 1920 era muy distinto al que se daba en otros países, el texto supuso un aldabonazo a la sociedad de masas que se venía pergeñando desde finales del siglo anterior. Tras la segunda Guerra Mundial su influjo creció y en cierta medida empató con el floreciente existencialismo que se desarrollaba al otro lado del Rhin. En Estados Unidos, Salinger removía el cotarro de manera similar con El guardián en el centeno. Hesse, como consecuencia de una hemorragia cerebral, murió mientras dormía en 1962 a la edad de 85 años, una existencia marcada permanentemente con ideas suicidas. Durante décadas El lobo estepario creció como una referencia literaria imprescindible dentro de la fecunda producción del autor, un genio del sufrimiento como el protagonista del afamado libro.
Octavio Amorim Neto, un brillante politólogo carioca, aplica el término al recientemente electo Bolsonaro. Alguien que, pese a ser 28 años diputado en Brasil, jamás ha liderado algo que no fuera a su grupo de asesores parlamentarios. Un individuo guiado siempre por un radar electoral preciso y ajeno a cualquier estrategia grupal. Apenas su vinculación con su núcleo familiar, en la esfera privada, y con el gremio militar, al que perteneció en su juventud, le han brindado un nicho de pertenencia a una estructura social; después, la soledad del lobo ha sido el marco de su andadura. No es un caso único en política, pero sí que hay que reconocer su escasa frecuencia y más cuando se alcanza la cima del poder desde el ensimismamiento y sin haber ejercido antes liderazgo alguno. Este se expresa a menudo en diferentes facetas de la actividad profesional y en el terreno del ocio, pero no es el caso.