OPINIóN
Actualizado 30/11/2018
Jorge Juan Fernández

Poco podía imaginar el bueno de Aristóteles cuando definió al hombre como un animal político que el paso de los siglos desgastaría tan profundamente el adjetivo que nos asignó. Cuando el filósofo griego enseñaba a sus alumnos en el Liceo, les trasmitía que para actuar en beneficio de los ciudadanos, es decir actuar en politica, debían tener credibilidad, gozar de buena reputación y conocer los deseos y sentimiento de los demás.

Hoy, está a punto de finalizar una nueva campaña electoral, esta vez en Andalucía. Otra campaña mas en que se pone manifiesto (como en tantas otras) el declive de las exigencias aristotélicas para quienes afirman tener vocación política. Porque una buena parte de los pretendientes a la Presidencia de la Junta, de los aspirantes a liderar la política autonómica, gozan de escasa credibilidad, su reputación en muchos casos está en entredicho y apenas se interesan por los deseos de sus conciudadanos. Todo esto ocasiona, a mi entender, dos efectos perversos que se retroalimentan.

Por un lado los políticos no hacen política, sus palabras son puro artificio electoral, puestas en escena protagonizadas más por el insulto y los intentos de desacreditar al oponente que por presentar propuestas concretas sobre políticas sociales y de futuro. Por otro lado los ciudadanos ya hastiados de esos circos, se alejan de la política, pierden el interés y dejan de ejercer como auditores civiles frente a las actos de los que ansían ostentar responsabilidades públicas. Lo que a su veces favorece que los políticos se sientan cómodos rodeados de una indiferencia social que les exige muy poco y les deja hacer.

Los seres humanos hemos perdido vocación política, salvo en casos extremos, y esto facilita que nuestra parte animal adquiera mayor protagonismo. En demasiadas ocasiones, nuestras acciones ? por ejemplo a la hora de votar - son mas respuestas inmediatas a estímulos, fruto de un instinto genético heredado, que decisiones maduradas en la razón, esa razón que es precisamente la facultad que nos ha permitido alcanzar el status de seres humanos.

Y eso es lo que persiguen nuestros políticos en los debates, mítines y espectáculos electorales, hacer llamadas directas a nuestros instintos animales, no a nuestra razón. Sus discursos apelan a nuestro deseo de pertenencia al grupo (instinto gregario), a nuestro temor a ser rechazados o excluidos sino no nos comportamos como se supone debemos hacerlo en el seno de la manada. La disidencia está mal vista.

De sus interminables disertaciones, de su manipuladora oratoria, es casi imposible entresacar cuáles son sus propuestas ya que sus intereses se centran en convencernos de que votar al adversario no nos conviene. Ellos, todos ellos, hacen un llamado a nuestros heredados temores: a perder el trabajo o la casa, a no poder tener una pensión o que se nos niegue la atención sanitaria, a que nuestros hijos no puedan estudiar o que la inseguridad ciudadana se apodere de nuestras calles a causa de la inmigración, incluso a que España se rompa. Alimentan nuestros miedos e inseguridades (instintos animales) para después vendernos seguridad, una seguridad sólo posible con ellos, pues los otros son corruptos, fascistas, ladrones, radical, cobarde, golpistas, indigno, sinvergüenza, populistas, imbécil, hooligan, etc.

Resulta vergonzoso observar el comportamiento de muchos diputados y senadores en las Cámaras, de la misma manera que resulta aburrido y estéril escuchar los debates, pretendidamente políticos, de los candidatos a la Junta de Andalucía y otros similares. Cada día el discurso político es menos político y más tabernario, cada día los políticos son menos políticos y más vendedores de productos consumo, más manipuladores que persuasivos. ¿En qué se diferencian ellos de un vendedor de aspiradoras o de coches? Parte de la respuesta podría ser que, aunque todos intentan vendernos su producto, los dos últimos lo hacen utilizando una oratoria mucho más educada. En algún momento los ciudadanos, que asistimos impasibles a este bochornoso espectáculo, deberíamos decir ¡Basta ya!

Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990 afirmaba: "Siempre me animó enormemente que un ataque fuera particularmente hiriente porque, bueno, si me atacan personalmente, significa que no tienen ni un solo argumento político". Lo que viene a significar que hoy los argumentos políticos brillan por su ausencia. ¡Qué pena!


[1] Muchos traductores prefieren el término "social" en lugar de "político", pero en el contexto de la sociedad griega de las polis viene a ser lo mismo.

Guervós. J (2017) Principios de la Comunicación persuasiva. Madrid, Arco/Libro.

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >Animales sí . ¿Políticos?