OPINIóN
Actualizado 29/11/2018
Redacción

A partir del sábado, un nuevo presidente mexicano de izquierdas, Manuel López Obrador, se encontrará con el marrón de los inmigrantes centroamericanos que quieren entrar ilegalmente en Estados Unidos.

El mandatario electo no se ha mostrado nada dispuesto a permitir que continúe una acción que colapse la frontera, le enfrente a Estados Unidos y aumente el tránsito irregular de personas dentro de su país. Para remediarlo, propone una especie de Plan Marshall, como el que propició la recuperación económica de Europa tras la Segunda Guerra Mundial.

Según él, está dispuesto a invertir en Centroamérica 20.000 millones de dólares en esta legislatura, siempre que Honduras, El Salvador, Guatemala y Estados Unidos, por supuesto, hagan otro tanto.

O sea, que la prevista invasión pacífica de ilegales a través del paso fronterizo de Tijuana no sólo va a encontrarse con la oposición del ejército norteamericano, sino con la realidad social y política de un México que, comprensivo y hasta solidario con la indigencia de los inmigrantes, valora como desastroso el efecto que tendría para el país la perseverancia en el intento.

Y la realidad es que por Tijuana cruzan legalmente cada día 25.000 personas, la mayoría de las cuales son mexicanos que trabajan en San Diego y otras prósperas poblaciones del norte y que resultan los mayores perjudicados por el estrangulamiento del paso fronterizo. También están que trinan contra los ilegales los empresarios y trabajadores locales, que viven del turismo y ven cómo su actividad económica se ha paralizado.

No son éstos los únicos aliados inesperados que ha encontrado Donald Trump en su férrea oposición al asalto de la frontera. En este momento, Estados Unidos tiene el más bajo número de inmigrantes ilegales de las dos últimas décadas debido al regreso de centroamericanos afectados por la crisis de 2008. Pero, sobre todo, tiene el mayor número de inmigrantes nacionalizados y en situación regular de todos los tiempos.

Pues resulta que muchos de ellos, a pesar de sus prédicas públicas contra el presidente republicano, son enemigos acérrimos de unos ilegales que pueden hacer dudar al resto de ciudadanos de su integración real en el país, su laboriosidad y su civismo, semejantes a los de cualquier otro norteamericano.

Por eso, según los analistas más perspicaces, a pesar de sus modales de matón tabernario, Donald Trump va a ganar un conflicto gracias a la ayuda, precisamente, de una población de origen hispano que, a su pesar, le va a sacar las castañas del fuego.

Enrique Arias ­Vega

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