A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el estado presente es el único estado de las cosas Marcel Proust Cuando empiece a suceder todo esto, levantaos, estad siempre despiertos, manteneos en pie ante el Hijo del hombre Lucas 21,28
Dentro de unos días, los cristianos entramos en un tiempo oportuno para el encuentro con Dios, el tiempo ordinario queda traspasado por el kairós. Un tiempo para habitar el silencio, un tiempo para empujar la historia, un tiempo para la presencia de Dios en medio de nuestras vidas, un tiempo para la esperanza. Más allá del ruido y del consumo, se hace necesario despertar en nosotros el sentido de la espera, volviendo el corazón de nuestra fe hacia ese Jesús, para que podamos reconocer a Dios que viene a nosotros.
No se trata de atravesar mares y escalar cielos, es más bien un camino hacia lo más hondo del corazón, hacia ese espacio habitado que está allí donde Dios nos espera. Para ello, debemos sacar del cuerpo ese cansancio existencial para recuperar un tiempo de silencio y volver a ese estado del corazón traspasado por la presencia de Dios. Los cristianos vivimos en estos días un tiempo de espera y de preparación, un tiempo especial y oportuno para habitar en el silencio y "preñarse" de Dios, fuente de sentido y de felicidad. Es un tiempo, dejarse habitar por esa realidad que nos trasforma, que es como una sinfonía callada que fluye como manantial sereno desde el silencio.
Es un tiempo para despertar, para estar alerta y abrir los ojos a los acontecimientos de nuestra vida, a las personas con las que caminamos, un tiempo oportuno para "Dios con nosotros". Es un buen momento para reflexionar, para repensar, para amar, para hacer memoria del corazón, para abrirnos a los demás y presentar a Dios todas aquellas cosas por las que vivimos, amamos y sufrimos. Solo en Él, el tiempo ordinario, a veces sin sentido y vacío, se convierte en un kairós, que nos permite seguir esperando.
Tanto consumo en estos días nos está provocando un vacío existencial, que provoca una pérdida de la memoria, que como un virus nos está contaminando la enfermedad del cansancio. El consumismo agujerea grandes áreas de nuestra conciencia existencial, que perturba la autotranscendencia hacia las cosas, la libertad y la capacidad de decidir. Se ha convertido en un Alzheimer existencial que perturba y rompe el sentido de la vida. Esa enfermedad del cansancio nos está acostumbrando a lo superfluo, al derroche y al desperdicio, mientras que en otros lugares del mundo, muchas personas y familias sufren hambre y malnutrición.
Abrir los ojos del corazón es desear ardientemente que el mundo cambie, ya que el amor de Jesús no es un amor explicado, se manifiesta en la cotidianidad de la existencia, en una forma concreta de vivir y de ser. Estar con los ojos abiertos es no caer en la indiferencia, no dejar que nuestro corazón se endurezca y activar la esperanza. Es atreverse a vivir de forma diferente de forma lúcida, estar atentos al sufrimiento de tantos y desear el bien a todos. Vivir con los ojos abiertos es intentar activar en nosotros una forma de vivir más allá de nuestras comodidades y rutinas, para que podamos dar algo de lo que tenemos y de lo que somos. Nuestra sociedad necesita mucha misericordia y ternura, mujeres y hombres que, al contemplar el mundo, se les conmuevan las entrañas ante el sufrimiento, miseria y exclusión de tantos.
Estar vigilantes y alerta a nuestra historia cotidiana atravesada por el amor de Dios, primera palabra que se nos propone en Adviento está siempre tejida con la historia de otros. Son los con pequeños gestos que a veces no valen para nada, pero sostienen la esperanza y hacen la vida más habitable, son parte fundamental del encuentro. Dios se nos hace presente en la vida y para la vida, en cada persona que se nos presenta, que se entreteje en nuestros proyectos, para que en ellos podemos descubrir el gran proyecto de Dios.
No solo nos encontramos con Dios en la comunidad cristiana, en la liturgia, en su palabra, nos encontramos también con él cuando tendemos la mano a los necesitados, a los más pequeños, a los más pobres. La esperanza no se sostiene en el aire. Tiene sus raíces en la vida. Con los ojos abiertos del corazón silente, nos urge mirar con ternura las heridas del mundo, de tantos hombres y mujeres que sufren, abajarnos con Dios y aliviar opresiones, creando espacios de paz y justicia. Abrid los ojos a lo importante, ese es el primer paso del Adviento.