OPINIóN
Actualizado 18/11/2018
José Luis Puerto

(devocionarios)

Pese a la globalización, al auge de los viajes, a esa suerte de internacionalización de que alardean los medios políticos, periodísticos y publicitarios, pese a todo tipo de redes informáticas, que están articulando nuevos modos de socialización, que traerán consecuencias imprevisibles para los seres humanos y las sociedades en que viven, lo cierto es que la gran mayoría de la población de todo el mundo y, desde luego, también la nuestra, vive de continuo en el horizonte de lo local.

Y es ese horizonte de lo local ?mi pueblo, mi ciudad, mi provincia? el que conforma y configura a los individuos, a las familias y a las comunidades humanas. De ahí que, cuando a un individuo lo arrancan de sus raíces, de sus entornos más próximos, lo desarraigan ?valga la redundancia? y le hacen perder gran parte de su sentido.

A lo largo de los tiempos modernos, Europa, y por ende el mundo occidental, se ha debatido de continuo entre lo universal y lo local, buscando en cada uno de esos anclajes elementos de apoyo para dar sentido a los seres y a las comunidades humanas. La ilustración dieciochesca propugnaba un universalismo en todos los órdenes de la vida; pero, después, la reacción romántica nos hizo caer en la cuenta de que lo local, lo regional, el habla y las tradiciones particulares de cada región, de cada pequeño ámbito geográfico, habían de ser valoradas, exaltadas y hasta potenciadas.

En ese columpio nos hemos movido desde los orígenes de la modernidad hasta hoy mismo. El último gran empuje de la internacionalización ?eso sí, con fines economicistas fundamentalmente? ha sido la llamada globalización, tan contestada en todo el mundo, por las consecuencias devastadoras que traía hacia lo local y particular de cada pueblo.

En la creación literaria, lo local y lo particular ha ido produciendo obras de muy diversos tipos (se podría ensayar hasta un manual literario de tales expresiones en nuestro idioma), en las que siempre se exalta ?en la mayor parte de los casos, con prosa lírica y, por lo general, más elegíaca que celebrativa? el propio pueblo, la propia ciudad, la propia tierra.

Son como devocionarios ?si queremos utilizar una terminología religiosa, trasvasada al campo de la literatura? de pasión por lo local, de los que podríamos indicar innumerables ejemplos. Así, por ejemplo, el escritor vanguardista aragonés y turolense publicaba, en 1941, su obra 'Elegía a Túrbula (Devocionario de Teruel)'. Pero, más cercanos a nosotros, el segoviano Julián María Otero (que estuviera en contacto con María Zambrano o Antonio Machado), en el ya lejano 1915, publicaba 'Itinerario sentimental de la ciudad de Segovia'.

Los salmantinos José Sánchez Rojas, de Alba de Tormes, primero ('Paisajes y cosas de Castilla', 1919), y Aníbal Núñez, después ('Pequeña guía incompleta y nostálgica de Salamanca', publicada póstuma, en 1995, con fotos de su padre, José Núñez Larraz), nos han dado excelentes muestras literarias de tal pasión por lo local, pero sin cerrazón alguna.

Decía el gran escritor portugués Miguel Torga que lo universal es lo local sin paredes. Porque, efectivamente, la universalidad y su profundo sentido se perciben siempre desde lo local, cuando lo despojamos de cerrazón y de provincianismo rancio.

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