EDUCACIóN
Actualizado 12/11/2018
Radio Guijuelo

Los alumnos de Bachillerato del centro salmantino visitaron la exposición del pintor, quien les dio una auténtica clase a la sombra de sus obras

El Casino se ha convertido en un espacio donde se aúnan la cultura, la gastronomía, el arte y esa actividad social que hace de nuestra ciudad un lugar de encuentro donde lo mismo que se prepara una cata de vinos, que se explica literatura. Por eso la voz del pintor y profesor de la Universidad de Salamanca, Miguel Elías, suena fuerte y clara entre las columnas del Palacio de Figueroa donde se despliegan, impresionantes e imprescindibles, sus visiones de La Divina Comedia de Dante.

Literatura viva en los trazos de un pintor fascinado por la palabra. Un pintor de poetas que sabe hablarle a este público que hoy no estudia literatura, sino que la vive. Y la vive porque Miguel Elías sabe, como inmenso docente que es, combinar el rigor con ese conocimiento que todo lo abarca: la numerología tan presente en la obra de Dante, el signo del infinito que dibujan los diablos que se pelean sobre el cuadrado mágico. Números, historia y trazos que van desde la Biblia al libro sagrado oriental, desde la Cábala hasta la Torá.

Hay poesía en los números que recorre Miguel Elías, fascinando con la magia de las combinaciones a unos alumnos muy acostumbrados a compartimentar los saberes y a los que anima a descubrir las páginas de la obra sobre la que el pintor ha dibujado. Páginas que se confunden con los cuadernos donde Miguel Elías plasma sus ideas, sus lecturas, sus visiones y sus afanes cotidianos. Una voluntad integradora que ilustra no sólo con su propia experiencia personal, sino con la de uno de los más importantes latinistas de la Universidad de Salamanca: Elio Antonio de Nebrija, quien además de escribir la primera Gramática de la Lengua Española, también era un conocido astrónomo que tenía su "Mirador de las estrellas" en el Palacio de Monterrey. Anécdotas que despiertan, estimulan, animan a quienes no solo se sienten fascinados por los trazos del pintor, sino también por su palabra, su discurso ameno, cercano, pleno de sugerencias.

Porque escuchar a Miguel Elías es una sugerencia constante, porque verle explicar cómo pinta con todo su cuerpo los trazos japoneses de la Pintura Sumi-e, aprendida de su maestro nipón, es una experiencia que nos devuelve a la unidad de todo. Porque en el Hi Chi, el libro sagrado de los orientales y en la Biblia, el comienzo empieza en esa unidad, en esa palabra que nos sitúa en la transcendencia. Un saber que es un todo y que se estudiaba así, sin diferenciar, en la Universidad cuyo aniversario festejamos. Y es esta imagen, la de los alumnos casi universitarios sentados en el suelo, escuchando a Miguel Elías, la que nos queda en la memoria mientras el pintor nos da una auténtica clase no solo de literatura, sino de todo aquello que nos rodea: la pintura sobre pizarra que refleja la caligrafía japonesa, la videoinstalación que hace latir nuestra curiosidad mientras el buda moldeado con tierra japonesa se envuelve en el primer canto de la obra de Dante.

Tradición y modernidad. Universidad y ciudad viva? por eso Miguel Elías, en este Casino donde Unamuno pasaba largas horas, recuerda al rector quien llevaba en un bolsillo de la chaqueta el Nuevo Testamento y conservaba varias ediciones de la obra de Dante, una de las cuales está llena de anotaciones y palabras que, a su entender, estaban mal traducidas. Palabras, las de Miguel de Unamuno, que el pintor Miguel Elías, poeta de los trazos, ha convertido en caligrafías japonesas. Palabras que, probablemente, escribiera sentado en este lugar de encuentro donde ahora, los alumnos del Mateo Hernández, escuchan en silencio a Miguel Elías. Un poeta de los pinceles que no solo pinta sobre pizarra, sino que mezcla la tinta con la ceniza ¿Símbolo de mortalidad como en la liturgia católica? No solo eso, muy vinculado con la tierra portuguesa, Miguel Elías asistió a una de las tragedias más cercanas de nuestro país vecino. En uno de sus viajes se extasió ante el paisaje de la Sierra de la Estrella, la misma que se quemó en los pavorosos incendios del verano del 2017. Entonces recogió la ceniza de este infierno dantesco para mezclarla con la tinta con la que pinta-escribe-sueña sus caligrafías japonesas, las mismas que traducen las palabras que Miguel de Unamuno señalaba en la edición de su Divina Comedia anotada por él y guardada, como todo lo suyo, en la Casa Museo Miguel de Unamuno.

Oír a Miguel Elías es una lección no solo de arte y literatura, también de vida y de esperanza. Una lección de inteligencia que nos ofrece la gracia de ese detalle que no se olvida, que nos despierta no solo la curiosidad, sino el deseo de tocar. En su exposición hay un cuadro de madera que es un talismán contra los envidiosos, por eso el pintor nos anima a tocarlo y a pensar que todas las culturas antiguas tienen un antídoto contra la envidia, y que la madera es uno de ellos. Esa misma madera donde crucifican a Cristo, esa madera que arde en los infiernos que causamos los humanos. Infiernos llenos de sombras que parecen perros negros, los perros descritos por Dante que utilizará Edgar Allan Poe para aterrorizar a sus lectores, como nos recuerda Miguel Elías.

Arte y literatura mientras, bajo las hojas de papel de bambú, se afana la música de cristal de las copas preparadas para la cata. Todo es una unidad laboriosa y salida de la tierra que se eleva como el rostro de Beatriz, símbolo del amor, llave del paraíso. Es la hora de regresar al pupitre, al examen de matemáticas, a la literatura del libro de texto, sin embargo, alguien se queda rezagado para volver a fotografiar con el móvil los cuadernos exquisitos, los cuadernos plenos de Miguel Elías. Y la imagen del Pantócrator central parece elevarse entre todas nuestras prisas? hemos hecho un viaje por el espacio y el tiempo y el libro no se cierra ni la voz se apaga. Vuelan las páginas ascendiendo más allá de nosotros mismos.

Charo Alonso.

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