El martes los norteamericanos tienen elecciones. No son para cambiar de presidente sino para renovar el Congreso y una parte del Senado. Y si ya es baja la participación para elegir al mandatario más poderoso del mundo (en torno al 60%), en estos comicios de mitad de mandato es aún menor, como en las elecciones europeas en España (rondando el 40% de participación).
Resulta que los presidentes estadounidenses nunca se han implicado demasiado en este tipo de comicios, pero está claro que con Donald Trump todo es distinto. El multimillonario se ha metido en campaña hasta el tupé. Se lo ha tomado como un plebiscito personal y, sobre todo, como una demostración de que a republicano -aunque algunos en su partido sigan sin aceptarle como tal- no hay quien le gane. Y se va a recorrer medio país en el Air Force One para asistir a más de treinta actos en las últimas dos semanas. Un palizón.
Esta es una de las principales novedades, la de que el presidente se involucre tanto en unas elecciones legislativas en las que no es candidato. La otra novedad -que ya empieza a dejar de serlo- es elegir a los más débiles como chivo expiatorio. Y otra vez el premio ha recaído en los inmigrantes. Sí, eso es. En un país levantado a pulso por gente de fuera, con un presidente hijo de inmigrantes y casado con una extranjera, el tema elegido para movilizar el voto es el de la inmigración. Bueno, el de oponerse a la inmigración. Curioso. Mucho más si tenemos en cuenta que los Estados y las clases sociales donde anida, crece y se reproduce esta idea es en aquellos donde las tasas de inmigración son más bajas y entre los que menos formación tienen.
Creo que era Averroes el que explicaba este proceso hace más de mil años. Venía a decir que el desconocimiento, es decir, la ignorancia, era el primer paso antes del temor, del miedo. Después venía casi seguido el odio como paso previo y necesario antes de que estallara y se justificara la violencia. Pues eso.
Donald Trump lo sabe. No sé si por él mismo o porque se lo han contado sus asesores, o porque ha llegado a este punto por otra vía. Lo cierto es que ha enviado a 15.000 soldados a la frontera con México (en Siria hay 2.000 combatiendo contra el ejército del Estado Islámico). Ha prometido cambiar la Constitución para no dar la ciudadanía a los hijos nacidos en Estados Unidos de inmigrantes en situación irregular y ha convertido una campaña local en un asunto nacional contra los inmigrantes. Son el chivo expiatorio.
A mí me da que a Donald -el pato no, el presidente- le importan un carajo los inmigrantes. Él sabe que no son los que más impuestos gastan ni los que más delinquen, sino todo lo contrario. También sabe que son necesarios para que el país siga en vanguardia. Pero lo que el resto no sabemos es que el viejo multimillonario de pelo amarillo es más listo de lo que nos quieren hacer creer. El 45º presidente de los Estados Unidos sabe que a lo largo de la historia reciente han sido en estos comicios donde se ha fraguado el principio del fin de los 44 anteriores inquilinos de la Casa Blanca. Y él quiere seguir. De ahí que movilice el voto entre los suyos. Y a estos el miedo a los inmigrantes ya se lo metió en 2016. Ahora toca el odio. Esto se traducirá en votos y los republicanos continuarán teniendo mayoría en el Congreso y el Senado para continuar con sus políticas ultraliberales en las que importa más una décima de Wall Street que siete mil pobres huyendo de la muerte en vida.