OPINIóN
Actualizado 22/10/2018
Mónica González Hidalgo / Mercedes Corredera

Los funcionarios de la lengua echan cuentas y se quedan encantados con los resultados: si las tendencias demográficas se mantienen, dentro de veinte años el español será la lengua más hablada en el planeta. Por esos mismos funcionarios, para empezar, la nuestra es la única lengua que tiene nada menos que veintidós Academias de la Lengua, con sus respectivos presidentes y secretarios perpetuos, sus académicos de número (así se llaman los que tienen una letra) y sus académicos correspondientes: sólo con el aporte genético de todos ellos, el futuro del español está garantizado.

En lo cuantitativo. Lo cualitativo es otro cantar. Podemos verlo, podemos oírlo, en las frecuentes reuniones que se hacen para discutir sobre la lengua. Así, por ejemplo, al presidente de Colombia, Álvaro Uribe, no le tembló la voz para saludar a los participantes en la XIII Reunión de la Asociación de Academias de la Lengua, celebrada en Medellín, con las siguientes palabras:

«Visiten a Medellín. Es un gran apoyo a Colombia. Es una gran reafirmación con nuestro idioma».

Y la de Medellín no era sino una reunión preparatoria para otra: el Cuarto Congreso Internacional de la Lengua Española convocado en Cartagena de Indias, en el cual, a juzgar por los que lo precedieron, los políticos se adueñarán de la palabra para hacer con ella retórica política. Así ha sido desde que en el Primero, reunido en Zacatecas en 1997, el presidente mexicano Ernesto Zedillo aprovechó la circunstancia de ser el anfitrión para echar un discurso «entrañablemente mexicano» a la par que «representativo de la cultura que nos une». En el de Valladolid, en el 2001, el presidente de Guinea Ecuatorial Teodoro Obiang intervino para anunciar que su gobierno «había apostado por la creación de una Academia para la lengua española». Y en el de Rosario, en el 2004, recomendó a los participantes el presidente argentino Néstor Kirchner:

«Hoy es un buen día para que realicen vuestro trabajo».

El desbarrancamiento final de nuestra sufrida lengua vino de la boca de la presidenta honoraria del Congreso, la senadora Cristina Fernández de Kirchner, esposa del presidente argentino y su sucesora in péctore:

«Quiero no hablar del valor de las palabras desde los lugares que ya se han hecho?».

En eso estamos, por ahora. Pero el futuro pinta todavía más negro, a juzgar por el llamado Congresito de la Lengua que se realizó en Medellín entre la reunión de las Academias y el Congreso de Cartagena, bajo el lema Los niños y las niñas tienen la palabra. Un lema que, en sí mismo, es una puñalada por la espalda al genio propio de la lengua española. Porque en otras esa reverencia ante la corrección política de género puede tener algún sentido: boys and girls, o filles et garçons. Pero en español no sólo resulta pleonástica sino, sobre todo, ñoña: el pecado que no tiene perdón.

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