OPINIóN
Actualizado 15/10/2018
Rubén Martín Vaquero

Que los hombres y mujeres son seres sociales y por tanto abocados a vivir en comunidad, nadie lo duda. De este axioma, y del devenir de la Historia, se deriva la necesidad de regular esa vida en común con reglas y preceptos que salvaguarden la libertad individual y permitan el progreso, el desarrollo de las potencialidades del mayor número de personas y el avance de las sociedades. Ningún individuo de la especie puede substraerse a esa obligación, que es al mismo tiempo derecho, ni quedarse al margen en un acto de voluntad, porque a todos nos afectan la elaboración, redacción y aplicación de las leyes. En las sociedades modernas, donde ya no es necesario que los ciudadanos en armas defiendan su tierra o su ciudad, se puede ser apartidista, pero es imposible no ser político. Hasta decidir no ejercer su derecho al voto es una decisión política y seguimos ejerciendo la política cuando leemos éste o aquel periódico, o vemos las noticias en un canal de televisión o en otro, u opinamos sobre cualquier hecho para alabarlo o criticarlo.

En algunos regímenes democráticos se ha relegado a los ciudadanos a acercarse a la política exclusivamente en los procesos electorales que tienen lugar cada cuatro años, cuando ceden obligatoriamente su derecho a la soberanía a una lista de individuos elaborada por la cúpula de los partidos políticos. Los electores son ajenos a los nombres elegidos; ni pueden alterar el orden según su preferencia, ni mucho menos elegir personas de diferentes partidos políticos. Las listas son cerradas y el orden inamovible. Los ciudadanos en un acto de fe entregan un cheque en blanco a los dirigentes de un partido político que no tendrán que dar cuenta a sus electores ¿acaso el sufragio no es secreto? hasta dentro de cuatro años cuando vuelvan a tener lugar las próximas elecciones. Los diputados, congresistas o senadores elegidos no son responsables ante sus electores, sino ante la cúpula del partido que los ha incluido en la lista y que les exige sumisión y obediencia. La frase de un político de altura es lapidaria y no necesita explicación: "El que se mueva no sale en la foto". Por otra parte, estas personas elegidas que van a ejercer la política en nombre de todos, están en paradero desconocido, ilocalizables, y sólo se les ve en televisión dormitando en sus escaños o votando lo que le han ordenado desde la cúpula de su partido.

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