OPINIóN
Actualizado 10/10/2018
Manuel Alcántara

El chico camina por la senda que bordea al río. Pasea a una perra vieja que anda sin agobio. No hay premura alguna y el apacible final de la tarde introduce más quietud si cabe a la escena que divisamos su abuelo y yo a lo lejos. Él solo ha sacado siempre a los perros, pero desde hace cierto tiempo abriga temor. Sabe que a estas alturas lo pueden tirar y no sería un buen negocio. Tuvo una caída hace cinco años cuando una noche salió a regar y tardó en recuperarse varias semanas, además debió soportar la bronca que le dio su mujer durante mucho tiempo después. Como el nieto, que frisa la adolescencia, ha venido a pasar las vacaciones al pueblo, él lo ha convencido para hacer la tarea que ahora es más fácil pues el perro murió. Piensa que el trato con los animales es beneficioso para el niño. El verano ha terminado y el abuelo, mirando con nostalgia a la perra tumbada en el rincón del patio, habla con orgullo del nieto.

El crío cantaba de maravilla, me cuenta. Lo hizo hasta los cinco años. A la caída del día se sentaba en un taburete y veía tocar la guitarra a su abuelo. Una vez, nadie ha sabido explicar cómo fue, se arrancó con unas cantinelas que había oído en el grupo de los mayores. El abuelo lo corrigió algunas cosas y la práctica se hizo cotidiana durante aquel verano de hace un cuarto de siglo. No hubo jornada que no lo hicieran, solos o acompañados. Terminar la merienda, un tazón de leche con migas y cola cao con pan y chocolate, era la señal para comenzar la farra. Nunca pude imaginarme que el hoy hombre hecho y derecho que conozco tuviera esa habilidad que envidio desde siempre. ¿Por qué dices que el chaval no ha vuelto a cantar?, la interrogo, y ella me responde que esa pregunta se la hizo hace años y que la respuesta del entonces niño fue lapidaria: porque el abuelo ya no está.

El niño no entiende por qué el abuelo ha vuelto del hospital sin una pierna, pero intuye que las cosas pueden ser diferentes: ¿no podrá llevarlo a jugar a la Casa de Campo? ¿Estará cansado y antes de acostarse no le contará historias? ¿No lo llevará más al colegio? El abuelo ha pasado una mala racha y la embolia ha terminado gangrenando su pierna derecha que han debido amputarla. Ahora lleva muletas. Sabe que el final está cerca, que apenas si será un incordio en la casa, que en el negocio familiar obligará a su hija a dejar la enseñanza haciéndose definitivamente cargo de este, que la abuela tendrá que seguir asumiendo tareas y que necesitará de mucho coraje para atender a su mocito. Pero es precisamente su nieto, el brillo de sus ojos, su inquietud permanente, su avidez a la hora de escuchar las historias de la guerra, lo que lo mantiene vivo. Está seguro.
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