OPINIóN
Actualizado 30/09/2018

No creo en casualidades. Ni en coincidencias. Y no es por superstición -aunque soy creyente-, ni por exceso de raciocinio -que de materia gris ando justo-. Estoy convencido -porque lo he vivido en las generosas carnes con las que se homenajearán varias generaciones de gusanos- de que todo tiene un porqué aunque no lo conozcamos, de que las cosas no suceden porque sí y de que conviene sentarse, calmarse, respirar y volver a repetir el trinomio las veces que sean necesarias hasta entender que no se puede entender, hasta comprender que no se puede comprender y hasta llegar a la conclusión de que la única actitud posible es la contemplación. El estar. El ser.

La pintada estaba en una esquina entre dos calles de barrio. Ni siquiera en un cruce especial. Eran dos calles de lo más normal en un distrito del sur de la capital. Ni siquiera era un graffiti artístico de los muchos que decoran cierres de comercios o edificios públicos en el epicentro del arte callejero y urbano. Sólo era una frase suelta escrita en pequeño a pesar de las mayúsculas. A la altura de los ojos, eso sí. Con rotulador negro.

Corté la conversación con mi Eva que es Cristina. Solté la mano de mis hijas y volví sobre mis pasos. Saqué el móvil y le hice una foto.

Hoy me he despertado con la noticia de una pérdida inesperada. Era una persona que lo tenía todo. Reconocimiento social, una economía más que saneada y hasta un cierto poder enfocado, eso sí, al servicio de la comunidad. Toda una vida por delante. Talento e inteligencia para dar y regalar. Los que le conocían no se lo podían creer. Era un ser elegido para mejorar la vida de los que le rodeaban. Una sonrisa eterna. Abierto al diálogo y siempre dispuesto a construir. Puro optimismo.

Mi hija me busca con la mirada pegada al cristal del autobús. Yo sigo intercambiando mensajes por teléfono. Ójala te quieras, pienso para mis adentros. Aunque cuando el corazón se llena de un único amor corre el peligro de colapsar el cerebro. Entonces no se ve más allá. La razón está desactivada. Los afectos no encuentran hueco en el pecho. Y nos volvemos tan animales que nuestro instinto de supervivencia -paradoja de la vida- nos empuja a la muerte.

Sale el bus con los ojos de mi hija en los de su madre y su hermana, con los míos en el cristal de la pantalla. Ojalá te quieras. Ojalá te quiera. Ojalá me quieras. Ojalá me quiera.

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