Estuve en Chihuahua en el año 2002 invitado por la Procuraduría de ese Estado. Una Universidad española organizaba, en colaboración con aquella entidad, una "maestría" en derecho penal. La maestría se dirigía a la capacitación de la Acusación Pública (Fiscalía).
Situémonos. El Estado mejicano de Chihuahua hace frontera con EE.UU. En 1811, en Chihuahua capital, fue fusilado el Cura Hidalgo por liderar un movimiento independentista. Todo se hizo de acuerdo con las leyes del momento. En efecto, el Santo Oficio (made in Spain) ya le había excomulgado: "por sedicioso, cismático y hereje". Suerte parecida corrió José Doroteo Arango Arámbula, alias "Pancho Villa", máximo dirigente de la revolución mexicana. En 1923 lo asesinaron por esas tierras. Una suerte de Robin Hood que repartía las estancias entre campesinos y soldados. Chihuahua junto al sur de Texas constituyen el auténtico Far West americano. Los cuatreros de antaño, en la actualidad, han sido sustituidos por narcotraficantes. Hace quince años el ejército mexicano se decidió a intervenir en la lucha contra los carteles de la droga. Tal medida, según me contaron, no satisfizo a nadie. Unos desconfiaban del buen hacer de sus fuerzas armadas, otros calificaban la intervención de injustificada. En todo caso, el resultado era el siguiente: ocho homicidios diarios, un número indeterminado de desapariciones, robos, secuestros, violaciones y demás fruslerías. Me dicen que la situación no ha experimentado cambios significativos. Así pues, si piensan viajar a esas tierras, salgan siempre acompañados y retornen a sus aposentos antes del anochecer (tácito toque de queda).
Decía que había sido invitado como profesor. Mi tarea consistía en impartir quince horas de docencia repartida en tres días (lunes, martes y miércoles). Quince horas que se convirtieron, sin explicación alguna, en doce, ya que las clases comenzaban a las 17h. y terminaban a las 21h. A esas cuatro horas había que descontar un coffee-break que comenzaba a las 19h. y duraba unos cuarenta y cinco minutos. En suma, mi presencia en el aula quedaba reducida a unas diez horas.
El número previsto de asistentes era de unos sesenta fiscales. Merece la pena entrar en algunos detalles. A las 17.30h la concurrencia no llegaba a los cuatro alumnos. Cifra que iba aumentando hasta unos treinta. Todo ello, en medio de un intenso trajín de puertas que se abrían y se cerraban y sonoros saludos: "disculpe doctor", "permiso maestro". A las 19h, como decía, pausa dedicada a la ingesta de cafés, refrescos y tentempiés (cortesía de la Procuraduría). El salón destinado al ágape está a rebosar. Entretanto, un solícito funcionario aprovecha ese momento para pasar a la firma las hojas de asistencia. Resumiendo, los treinta fiscales que llegaron primero, firmado el estadillo. se largan y son sustituidos por los que recién llegan. Explicado de otra manera, durante los tres días que estuve hablando de la teoría del delito nunca tuve más de treinta alumnos en clase.
Recuerdo aquella estadía con desagrado. El alumnado, funcionarios que llevan desde las ocho de la mañana trabajando en sus fiscalías, lo único que les motiva es el certificado de asistencia y los puntos que les reportará cara a ascensos y traslados. A la Procuraduría del Estado, ponerse la pluma, inter pares, de la excelencia. "Señores hemos organizado, aquí en Chihuahua, una maestría impartida por los mejores (según criterio propio) penalistas europeos".
Hoy, como ayer, sigo cuestionando la actitud de esa (la) universidad española que, a sabiendas de la ineficacia del proyecto, seguía manteniendo tal acuerdo. Tal perseverancia solo puede explicarse por consideraciones muy alejadas de la cooperación. Quizás, una respuesta convincente resida en el pasaje de avión gratuito, los quinientos dólares en dietas y los mil quinientos por impartir una virtual docencia. Mucho, muchísimo dinero malgastado por la Procuraduría y que salía de los bolsillos del sufriente mejicano.
¡Ojo! No digan o piensen: "Ya se sabe cómo funcionan esos países". Aquí, en Madrid, una universidad, de equívoco nombre, exime a sus alumnos de concurrir a las clases, convalida sin criterio decenas de asignaturas y reparte títulos universitarios a tenor de la importancia del enchufe. Vergonzoso.