OPINIóN
Actualizado 21/09/2018
Mercedes Sánchez

Paseando por un puente medieval (que me transmite todo el peso de la historia a través de la planta de los pies), veo un enorme sauce cuyas ramas se precipitan hacia el río, seguramente para enjugar sus lágrimas depositándolas en su cauce y retornarlas alegría con los compases del agua risueña que juguetea entre las piedras haciendo recortes de puntilla blanca, de tira bordada blanca de espuma, olor a campo, respirar con intensidad, olor a ribera de río, enormes pedregales donde reposa un puente de historia. Y enmarcando el sauce, un telón de fondo hecho de enorme montaña y de cielo que parece un mar? un mar de cielo, con nubes que huelen a higuera, a helecho, con verde de alfombra fresca, tarareando sin cesar el río en su xilófono de piedra pulida.

Respirar, hondo, muy hondo, con sabiduría, llenar los pulmones de aromas y sonidos, llenarlos de colores, como se llena la paleta de acuarela de mi amigo Antonio, cascabeles de agua enjuagando un pincel en un tarro de cristal con reflejos blancos de luz como querría enjuagarse el sauce en el líquido lecho. Y a partir de ahí, dejarse extasiar viendo el brillo del agua sobre el papel de alto gramaje, cómo sus sabias manos depositan a través del pincel la humedad exacta para empapar el algodón que contiene, y vuelta a los cascabeles del agua en el frasco, y a llevar unas gotas, las justas, las precisas, a esta y a la otra pastilla de acuarela. Dónde verá el azul, te preguntas, si todo es verde. Y vuelve el pincel a los grises, y a mezclarse en círculos, y a separarse en tonos, y a diluirse en la paleta. Y el silencio es tan grande que se oye, respiras el silencio y la respiración se hace protagonista porque es lo único que existe, el aire entrando y saliendo con suavidad de los pulmones, saliendo equilibradamente por sus manos expertas, el aire que pinta, la luz que capta, los blancos que deja. Y va haciendo caer, con sosiego y placer, árboles, cielos, huecos, oxígeno, raíces que no se ven de la tierra que tanto conoce, y crea en papel lo que la naturaleza ha ido pintando durante tantos años, durante tantas vidas, y es como un dios que origina ese mundo de luces y sombras, aquí más sombras, aquí más gris, aquí más negro, aquí más azul, más oscuro. Y el silencio hace sonar mi corazón en vilo, porque aparece un relieve que no existe en dos dimensiones, y en su pintura entra el aire entre las ramas, y vuelan los pájaros que no están pero que vives, y todo el campo, todos los campos que habitan en él desde niño, todo aquello que sus ojos vivieron y sus pasos anduvieron, todos aquellos árboles a los que su infancia trepó y que llenan su mente durante toda su historia, aparecen, naturaleza viva, en estado puro, encinas con granates que rozan el papel y se hacen invisibles. Cómo puede ser, el milagro del agua, el juego del agua que pasa de un tarro de cristal por sus manos a través de los pelos de un pincel y va oscureciendo las sombras y alargándolas y va sacando relieve. Y asisto, siempre a su izquierda, el mejor lugar para vivirlo, a esa experiencia única, regalo del cielo, que hace que el resto de los mortales podamos disfrutar de aquello que nos enseñaron a amar. Pasión por la belleza, pasión por el arte. Un equipaje de sensibilidad que siempre me acompaña a lo largo de la vida, y que nunca olvidaré.

Saber ayuda a amar. Y eso que vemos y conocemos ayuda a respetar, a valorar, a admirar, a venerar. La admiración por mi padre es infinita; verle dibujar y pintar, además de otros miles de cosas, era un placer desde niña. Admiro profundamente a mi hermana, Pilar Sánchez, cada vez que me enseña cada una de sus obras. Algunas han engalanado salas en exposiciones (la última, dedicada a Unamuno, en esta Salamanca adorada) y brillan en casas de amigos y de quienes quieren disfrutar su arte. Algunas, por fortuna, acarician mis paredes. Y admiro a mi amigo Antonio, con su don, por permitirme ver la belleza del proceso. El bellísimo juego del agua.

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