OPINIóN
Actualizado 17/09/2018
Ferenando Segovia

El sábado nos tocó celebrar, a mi compañero Poli y a mí, tal vez el funeral más difícil de los muchos funerales difíciles ?todos los son- que he hecho en 43 años de cura, el de Isaac, 4 años, herido mortalmente el miércoles en Pelarrodríguez en un accidente de moto, que está investigando concienzudamente, como siempre, la Guardia Civil y que la sentencia judicial terminará de esclarecer en su día en lo humanamente posible.

¿Cómo decir en esas circunstancias una palabra que ayude a vivir el duelo con sentido? ¿Cómo lograr que lo que se diga sea evangélico, es decir, sea una buena noticia para la familia y las familias, para la sociedad entera?

¿Qué buena noticia podrá darnos Dios ?copio literalmente del borrador de la homilía que compuse a toda prisa, con dolor de cabeza y, sobre todo, de corazón- cuando tenemos aquí delante el cuerpo sin vida de un niño de cuatro años? La buena noticia nos la da Jesús, cuando hablando en nombre de su Padre y Padre Nuestro nos dice: "Yo soy el Dios de? Isaac... Yo no soy un Dios de muertos, sino de vivos" (cf. Mt 22, 32). Dios Padre ama tiernamente a Isaac, porque para Dios todas las personas están vivas en su corazón de Padre y, como recuerda San Pablo, el amor no pasa nunca (cf. 1ª Cor. 12) y, como experimentó el autor del Cantar de los Cantares, "el amor es más fuerte que la muerte" (cf. CC. 8, 6), de modo que si Dios Padre sigue amando a Isaac, es que Isaac está vivo para Dios.

Pero tenemos derecho ?sigo copiando mis apuntes manuscritos- a tener dudas e incluso a enfadarnos con Dios. ¿Cómo es posible que tenga que sufrir y morir un niño inocente? ¿Dónde estaba Dios esa tarde de miércoles?

Una persona inocente, un niño de cuatro años, puede sufrir y morir por tres razones diferentes:

- Por accidente. ¡Dios nos libre de provocar una muerte por accidente! Pero podría ocurrir, porque como humanos que somos podemos tener un fallo?

- Por enfermedad: hace dos semanas vi morir a Manu, un niño de 9 años que tenía cáncer. Es impresionante entrar en la planta dedicada en nuestro Hospital Clínico a los niños con cáncer y ver a un bebé amarrado a su chupete?y a la bomba que le está inyectando el Tratamiento de quimioterapia, o a un niño de 8 años paseando por el pasillo llevando su bomba de quimioterapia portátil y jugando a Supermán envuelto en una capa hábilmente confeccionada con tela hospitalaria, o a adolescentes con sueños interrumpidos, o mejor, transformados en un deseo de triunfo mucho más vital e inmediato; o a Mario, de Matilla de los Caños, hijo de David, mi ex alumno, que con 2 años hace partícipe de su alegría a su madre, que le tiene en sus rodillas, por el juego que bulle en su Tablet, mientras el catéter sigue inyectándole en vena el veneno que le está salvando?

- Por la maldad de los seres humanos: hace unos días visite en Madrid, en la Sala del Canal de Isabel II, la Exposición sobre el Campo de Concentración de Auschwitz. Allí los nazis asesinaron en la cámara de gas a más de un millón y medio de personas inocentes, también muchos niños, en su mayoría judíos?

¿Dónde está Dios en todas esas tragedias? La primera lectura (cf. Filipenses 2, 6-11) nos ha dado alguna pista para poder entender algo, no todo, porque la muerte de un inocente siempre nos deja descolocados y con el corazón roto. Nos ha dicho la carta a los Filipenses que Jesucristo, aunque era el Hijo de Dios, no se agarró a su categoría de Dios, sino que se hizo hombre y se sometió a la muerte, como nosotros, los seres humanos; pero no a una muerte normal, si es que hay una muerte normal, sino a la tortura de la cruz. ¿Y dónde estaba Dios cuando aquel hombre, Jesús de Nazaret, que había pasado haciendo el bien y curando miles de enfermos y haciéndose amigo de los pecadores, sufría, agonizaba y moría en la cruz? ¿Dónde estaba Dios? Pues allí precisamente, colgado en la cruz, muriendo en ella a borbotones. Esta mañana me ha llegado por WattsApp una fotografía muy tierna, pero que me ha hecho estremecer, porque aunque no era la foto de Isaac, era la de un niño de edad aproximada a la suya, abrazadito a Jesús crucificado, con su carita apoyada plácidamente en la cara y en el pecho de Jesús.

Dios Padre estaba sufriendo con su Hijo en la cruz, pero no dejó de amarle. Y ahí se completa la buena noticia: a pesar de la muerte, Dios Padre siguió amando al Hijo y le resucitó de entre los muertos. Y en Cristo muerto, Dios Padre sigue amando a la Humanidad entera, a pesar de nuestra fragilidad, e incluso a pesar de nuestra maldad. Jesús, desde entonces, permanece vivo para siempre, y quiere que nosotros participemos de su vida. Y quiere que Isaac participe de su vida. Creer en la Resurrección de los muertos no es un cuento de hadas ni una mera ilusión de nuestra debilidad. Creer en la resurrección es mantener la confianza en Dios, que hará participar plenamente de su vida divina a Isaac.

Pero creer en la resurrección tiene también consecuencias prácticas de tejas abajo y, a los que creemos en ella nos tiene que llevar a

- ser más responsables para no provocar accidentes o situaciones que hagan sufrir o morir a nuestro prójimo, sobre todo a los inocentes

- es acercarse a los enfermos, aunque sean niños con cáncer y jugar con ellos y regalarles una visera del Real Madrid o del Barça, o del Club de su ilusión, y apoyar a su familia en lo que podamos

- es renunciar al mal, al egoísmo, a la avaricia, a la violencia de género, a la trata de blancas, al trapicheo de droga o a cualquier otra forma de mal, que siempre hace sufrir a personas inocentes. Creer en la resurrección es esforzarse en salir de la trama del Mal y meternos en la esfera del Bien. Es también no juzgar, que para ello están los jueces, aunque tarden más de lo que nos gustaría y, en último término, es dejarle el Juicio a Dios. Es Dios el que juzga y puede perdonar.

¿Dónde está Dios? En el cuerpo maltrecho de Isaac, crucificado por una moto. El Padre Dios le sigue amando desde hace cuatro años y le amará para siempre. Y nos invita a nosotros ?no nos obliga- a seguir queriéndole, a poyar a la familia, a convertirnos del Mal, a hacer el Bien y a no juzgar, que ya tenemos Quien juzgue por nosotros: los Jueces y Dios mismo.

(la foto no corresponde al niño citado en el texto)

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