OPINIóN
Actualizado 17/09/2018
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Asoman las violetas africanas por un balcón. Azules, fucsias, asalmonadas. Pero el paso fugaz apenas deja ver más que un amago de colores. Nos desviamos a la izquierda y empiezan las curvas, suaves, aunque tomadas con valentía por el taxista, que las conoce de toda la vida. Vamos llegando al centro por una de las rutas que mezcla urbanismo con vegetación, dejando entrever la planicie de la sabana bogotana. Interminable.

Las palmas saludan nuestro paseo ambiental hacia el centro histórico, donde sonríen las casonas coloniales a nuestro caminar sin rumbo, sin prisa. Al fin y al cabo, la tarde es corta, pero la noche es larga, y estas calles nos son familiares, cercanas y hospitalarias. Abundan los estudiantes bajando del Externado o saliendo de los Andes. O por los patios entrelazados del antiguo Colegio Mayor del Rosario, donde ningún salmantino se siente extraño.

Elude la astromelia enhiesta nuestra vuelta al hotel para una corta noche, en la que la duda absorbe nuestros sueños. Nuestras ilusiones vagan la noche entera, después de un año de trabajo duro y placentero. De la incertidumbre hacia la certeza a la que puede llegar quien de todo duda, por profesión de fe. ¿Irá bien esta vez? ¿Por lo menos llegaremos a finalistas?

Las majestuosas olas de caña se remueven ansiosas al llegar el avión a los alrededores de Palmira. Con una bienvenida dulce. Presagio de movimientos más rotundos, de cuerpos más hermosos y exuberantes que nos demostrarán luego las inverosímiles posturas y la belleza del ritmo de la salsa caleña.

Protegen las ceibas nuestro ir y venir, varias veces al día, nuestro juicioso recorrer, repasando mentalmente el discurso, con sus inflexiones y matices. Llega la tarde y se hace de noche en el trópico con la rapidez del ansia. Y llega la hora de la eliminatoria, en la que seis grupos de catorce candidatos van a defender en diez minutos los recovecos de un pensamiento largo, construido con la inseguridad de la lejanía y con un rigor antiguo, consustancial.


Las aves del paraíso nos dan las buenas noches, largas noches, que empezaron hace rato y que han dejado un regusto de posibilidades, de satisfacción por el deber cumplido. Las exposiciones han sido excelentes, las muchachas han brillado, los jóvenes juristas han sostenido sus argumentos con cálida recreación, a veces con alguna prisa.

Tiemblan las orquídeas cuando tras la apretada final han colocado a los doce finalistas y el siempre puntual Pacho Trujillo sube con sus papeles para dar los resultados últimos. Los cinco primeros premios que tienen pendiente al auditorio, esta vez más vacío que de costumbre, por las distancias y los viajes. Ninguno de los cuatro iniciales nos alude, pero al pronunciar el quinto, que es el primero salen las palabras "Universidad de Salamanca" como recompensa a un grato esfuerzo, a la maravilla de ver cómo un grupo de jóvenes ha buscado por sí mismo entender cuál era el problema, cómo enfocar las soluciones, cuáles eran las propuestas y una de esas promesas, que son ya realidades, las ha defendido con gran mesura y solidez.

Esto es, en definitiva, la culminación del semillero.

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